Me condené en silencio,
bajo las llaves de la amargura
y el grito sordo de un Dios que no entiende este amor.
Amar a una mujer,
a esa mujer que vino solo a tocar mi corazón
como si fuera viento…
fue mi perdición hecha bendición.
No quería que sintieras
que mi cariño fue mentira.
Yo te aprecié en cada latido,
en cada lágrima que no lloraste delante de mí.
Me arrastré a tus olas,
no para pedirte amor,
sino para sentirte aunque fuera un instante,
mi suave brisa,
esa que alimentó mi hambre sin saciarme jamás.
Si alguna vez mis labios
vuelven a pronunciar tu nombre,
será para recordarme que
hay pecados tan suaves,
que se sienten como mi única salvación.
Sé que no eras mía.
Eras de otro destino, de otra historia.
Tus ojos jamás se posarían
sobre esta amargura convertida en cuerpo.
Porque yo...
yo no soy más que
una cruel decisión de Dios:
vivir para sentirlo todo
y sufrir sin quedarme con nada.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión