Mis ojos empañados ya no observan su pelo rizado
Mis manos desgastadas, como raíz longeva, ya no tocan su cuerpo
Ya no diviso su rostro luminoso en la aurora de cuerpo esculpido.
Ya no oigo su dulce voz, canto hipnotizador de fieras. Aquella magnífica melodía de tango porteño, que me hacía creer que mi yo, ese ser inestable y colérico, que creyó que era dichoso, tenía alguna importancia.
Ya no la recuerdo, mis apócrifos recuerdos han dibujado un rostro que no era el de aquella dama.
Ya no la recuerdo, el reflejo de mi memoria no responde a su persona.
Lo sé, porque la memoria solo recrea de manera corrupta todos los escenarios vividos, y recuerda de manera indigna a las personas.
Y ella era simplemente una creación divina. Incapaz de ser recordada en toda su integridad por algo tan limitado, y tan poco honesto como la memoria.
Ningún escenario que he compartido con ella jamás podrá ser recreado en mi mente.
He decidido colaborar con la pérdida de mis recuerdos, y olvidarla totalmente olvidando los restos de recuerdo que aun guardaba.
Su ausencia jugaba el rol de la corona de espinas que a Jesús le colocaron en su cabeza al momento de ser crucificado. Desgarraba su carne, su dignidad, y burlaba su persona.
Y conmigo, dicha corona, no evitó ser la excepción.
¿Si con Jesús, el hijo de Israel, no tuvo misericordia alguna, por qué habría de tenerla conmigo, un simple hombre que la memoria humana olvidará al apenas ser enterrado?
El momento en que decidí olvidarla, ya no lo recuerdo
El motivo que me ha llevado a escribir este poema ya no lo recuerdo.
Todo lo escrito arriba, no sé a qué se debe, no sé de dónde ha salido, no reconozco ningún verso esbozado en éste intento de poema desconocido que ha aparecido frente a mí escrito en mi cuaderno.
Que por cierto, es un poema muy mal logrado, aquel que lo haya escrito, merece otro destino que no sean las letras.
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