La muerte siempre ha sido mi mayor miedo. Irónicamente, justo ahora la veo de frente. Sí, la veo, porque no quiero mirarla ni echar mi mente a volar allá donde ella quiera arrastrarme. Veo cómo la muerte se ha apoderado de su cuerpo, perfectamente colocado en ese pequeño ataúd que, después de haberme robado la vida y el miedo, incluso me parece entrañable. Veo cómo la muerte ha marchitado las flores perfectamente colocadas formando un círculo o corona, con una cinta en el centro: "de tus hijos, nietos y familia". Veo cómo, aunque quiero pensar que estoy a salvo, la muerte pesimista y vengadora me mira fijamente a los ojos, con su mirada de victoria.
A mi lado, llenando toda la sala, hay voces de consuelo, de motivación o lágrimas sin sentido. Nadie llora porque ya no estés ni entienden como puedo sentirme. A nadie le importa siquiera a dónde haya llegado tu alma o lo que no te ha dado tiempo a decir.
Mis lágrimas se convierten en rabia materializada. Mi mirada viaja a través de la habitación buscando, al menos, una pizca de honestidad. Y no la encuentro. Sólo se alcanza a ver hipocresía y muy buenos actores.
Las masas en las calles siguen su rumbo, el ruido no cesa, nadie da respuestas, todos parecen querer olvidarte. Y me rebelo. Protesto como si mis palabras fueran a ser oídas antes de que te guarden en la eterna memoria del cementerio.
Nadie. Todos. Yo. Esa es la verdad. Nadie te recordará. Todos querrán aprovecharse de la situación. Yo acabaré cansándome de oír a este mundo hipócrita.
Lo siento, abuela. No he conseguido honrar tu memoria.

Blanca Bermúdez
Escribo para soltar lo que no sé decir en voz alta. No soy perfecta, pero cada poema es una parte real de mí. Gracias por leerme. Quédate. Comenta.
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