Ojos rasgados

—¿Eres feliz? —pregunté pacientemente, esperando una respuesta. Yo, que odiaba cada cosa, cada detalle y cada palabra que el mundo expresaba. La hipocresía... La hipocresía que me hacía amar cada palabra que podía escribir, que me hacía amar... amarla a ella.

—¿Qué es la felicidad? —dijo. Suaves palabras de sus suaves labios, que a gritos un beso pedían. Esos ojos, que me llevaban a la locura, que inconscientemente me hacían actuar. La felicidad... la felicidad estaba ahí, inalcanzable, cautiva de un corazón que no la merecía. La felicidad que ella me daba: eso era la felicidad para mí.

Tal vez, en el fondo, era feliz. Tal vez yo no soy tan fuerte. Pero en sus ojos, todo era posible. Sus ojos color café. Su mirada. Ojos rasgados, que mi alma destrozaban. Ojos rasgados, sutiles y bellos. La perfección en su ser. Suaves labios que susurraban perdón: heridos, ajenos.

Quiero curarlos... tus labios —repetía en voz baja, mientras se alejaba—. Cada vez más. Sus labios: imagen que en mi mente prevalece. Su sonrisa, cada palabra que dice y lo bella que puede ser su voz... Todo, todo de ella se alejaba, cautiva de un amor que, desde el odio, intenté comprender.

Su mirada... Bellos ojos rasgados, ajenos y amados.

—Vuelve —palabras que salían desde mi alma, que, al igual que sus ojos, estaba rasgada. Suave como sus labios, e incomprensible como el amor.

Un anhelo inmenso que un mar cubría. Un anhelo hacia algo... que nunca fue mío. —Todo estará bien —dijo, mientras en el fondo no sabía lo que estaba pensando.

Un ser incompleto, que intentaba amar, que se arrastraba por lo anhelado, que su corazón quebraba y rompía el cielo. Un ser incompleto. Un anhelo ajeno. Una mística, trágica, mítica y desgarradora historia. Una historia de amor.