Odio los finales.

Hace un tiempo escribí en dos semanas algo que no fui capaz de escribir en dos años, donde me confesaba y te decía que odiaba los finales.

Pero esa carta tenía un final. ¿Qué pasaría si te dijera que creé otra solo porque me aterró la idea de haber puesto un punto final en la anterior? Tanto en nuestra historia como en mis palabras.

¿Cambiaría en algo decirte que la historia se siguió escribiendo, pero esta vez solo por mi lado? Y que tu compañía como inspiración me tocó imaginarla, porque tú ya no estabas.

Si te llamo a medianoche, llorando porque siento que volvieron a arrebatarme las palabras que me sobrepasaban, ¿me escucharás, incluso sabiendo que fuiste tú quien lo ha hecho?

Si te mando un mensaje a las tres de la mañana, un viernes, y te pregunto si de verdad vas a recordarme, incluso con los años, o si realmente piensas algún día volver a pasar por ese camino para volver a verme, ¿te atreverías a llenarme de falsas ilusiones y mentirme, o tratarías todo de raíz y me dirías que solo soy una persona más entre miles que has conocido?

¿Te atreverías a leer este texto y marcarme las comas que me trago por la ansiedad de leer todo antes de que se me quiebre la voz? Porque sabes que una sola palabra tuya sería suficiente para cambiar todo lo que en algún momento escribí, en base a mi sentir.

¿Serías capaz de escucharme incluso cuando ya esté en el suelo, cubierta con más preguntas que oxígeno, o tendrías miedo de mostrarte también vulnerable ante un montón de palabras sinceras y dolidas, que llegan como la última esperanza de hacerte saber lo que siempre quise que fuera?

Si algún día tuvieras la oportunidad de leer todas las preguntas que me quedaron después de tu partida, ¿lo harías realmente?

Si te hubiera dicho con más tiempo que odio los finales, ¿hubieras evitado el nuestro, o me habrías evitado a mí el día de nuestro final?