Océano

Un sueño recurrente que llega a mí algunas noches es el de una sensación de ahogo en el mar: estoy hundida bajo muy profundas olas, me esfuerzo en luchar contra la fuerza de la presión del océano que me aplasta y así poder salir a la superficie pero no lo consigo. Me despierto. A mí, que tanto me encanta el agua y me enamora el mar, ese mismo mar quiere ser mi enemigo en las nebulosas del mundo onírico. Así y todo, esta secuencia que se repite muy de vez en cuando mientras intento descansar no cataloga en mi cabeza como una pesadilla.

Un hecho recurrente en el que me veo inmersa varios días es en el de sumergirme de lleno en un inmenso y profundo océano azul: me visualizo a mí misma mientras bajo cada vez más, lenta y suavemente, como si ese acto no requiriese ningún esfuerzo de mi parte, como si se tratara de algo natural. Intento dormir para apagar mis pensamientos. Yo, que algunas noches suelo soñar que un inmenso y profundo mar azul me hunde hasta su más bajo nivel, ese mismo mar me llama cuando estoy despierta.

No tengo —todavía y quién sabe, quizás nunca— la habilidad para recorrer tranquila por la costa mientras disfruto de contemplar el hermoso océano con mis pies en la arena. Tampoco soy buena en apenas tocar el agua ni mucho menos nadar por ella en la superficie. Debo tirarme y hundirme a mí misma hondo, lo más hondo que pueda. Y misteriosamente siempre hay más hondo que el hondo que pensé que ya era el máximo. Luego no sé qué sigue. A veces me despierto, otras me duermo. Pero siempre es mi pesadilla.