Ocaso de la Luna

Entraste por mis ojos y llegaste hasta mi alma.

No sé cómo lo hiciste, tal vez fue la suavidad de tus manos, tu voz ligera, o la mentira dulce de tus besos.

Luna, en ti vi lo que no quería ver, una verdad cubierta de deseo, una ilusión que mi alma se encargó de mostrarme, pues mis ojos, por sí solos, no podían ver la distancia entre nosotros.

Tú, que nunca fuiste mía,

tú, que con un susurro deshiciste cada promesa que imaginé.

Te inventé en mis sueños,

te dibujé con los colores de lo imposible.

Tu figura, tu piel, son espejismos que me atan

a este lugar oscuro.

Y aun sabiendo lo que eres, mi cuerpo se lanza a tu encuentro.

Cada intento de alejarme se desmorona cuando me buscas, cuando el contacto simple de tus manos me hace olvidar la verdad que ya sé.

¿Por qué siempre vuelvo a ti, como las olas vuelven al mar?

¿Será porque tu piel guarda el eco de lo que no supimos nombrar?

¿Será porque en tus ojos descubrí más que caricias vacías?

Te pienso,

te olvido,

y luego vuelves,

como el viento que baja de las montañas

y pasa por las rendijas de mi casa.

Te pienso, Luna,

y ya no sé si quiero encontrarte

o perderte para siempre.

Y aquí estoy, quizá volveremos a vernos. Quizá.

Tú diferente, y yo distinto, cargaremos el peso de los días, las marcas invisibles que dejaste sobre mi piel.

Y cuando nos encontremos, será sin prisa,

como dos extraños que se cruzan en un mundo que ya no les pertenece.

Quizá, cuando volvamos a vernos, lo que fue un incendio sea solo ceniza en la memoria.

Y en ese instante breve, nos despediremos de todo sin decir una palabra.