Nunca fue una fase

A los 12 años empecé a querer vestirme de negro, usar cadenas, delineador y el pelo encima de la cara. Mi mamá, lejos de ser una pesada, nos comprendió y nos ayudó a lograr el look deseado, mientras escondía que entre tanta ropa negra y cadenas, saliamos los fines de semana a bailar las cumbias del momento.

A los 15, mi vestido soñado era el de la difunta Helena, de My Chemical Romance. Mis papás, unos genios, ambientaron todo el cumpleaños en negro y rojo.

A los 18, cuando conocí a Nicolas, todo se incremento, eramos iguales. Nos gustaba la música llena de baterias y guitarras eléctricas, voces que transmitían disconformidad, gritos de dolor, de enojo, de angustia.

Empezamos una relación basada en compartir momentos geniales rodeados de griterio, baterias y recitales. Nos miraban y nos decían que ya era de madurar.

¿Madurar? ¿Que tiene que ver la música con madurar? Empezamos a estudiar, a trabajar, a crecer y el griterio, las baterias y los recitales jamás nos abandonaron.

Dicen que los metaleros somos mas felices porque toda nuestra frustración la podemos canalizar en la música que escuchamos; si estamos tristes: gritamos; si estamos enojados: gritamos; si estamos felices: también gritamos, todo mientras cantamos.

El ser emo de adolescente no fue una fase, fue un estilo de vida que adoptamos, fue una compañía, una fuente de amigos, en mi caso una fuente de amor segura y durarera, un refugio.

Siento que los que fuimos emo hoy somos metaleros, y capaz no te los cruces vestidos como un vampiro yendo a un velorio, están ahí abajo de un traje en la oficina, en el médico que te atiende en la guardia, en el abogado que te hace la sucesión de tu casa.

No fue una fase, fueron las bases de lo que venía a continuación.