Una historia a contar, emociones a ocultar, las palabras en sí no reflejan nada, sin embargo, deposito mi corazón en ellas.
La vida no ha sido siempre justa conmigo en muchas ocasiones y nunca se ha dignado a disculparse, más pareciese que me estuviese cobrando por mis pecados, por algo de lo que debería arrepentirme, como si yo tuviese la culpa.
Y yo me pregunto ¿por qué? ¿Qué mal tuve que haber cometido para tan siquiera merecer algo así? Nunca describí mi persona como un ser despreciable, nunca quise interpretar ese papel, al revés, siempre estoy ahí, incluso cuando no me quieren, cuando no me corresponde.
Sé lo que es la soledad, se lo que es llorar sin un hombro en el que resguardarse, sin unos brazos que me arroparan, prometiendome que todo saldría bien. Muchas veces quise tener ese tipo de consuelo, pero nunca lo tuve, incluso en momentos de necesidad, no tenía a nadie, dependía solamente de mí y de mi capacidad de afrontarlo.
He vivido esta experiencia más de las que me gustaría y se el sabor más amargo que te puede llegar a dejar, es por eso que no deseo que nadie pase por eso, no deseo el sufrimiento de nadie en soledad, que crean encontrarse solos.
Yo siempre pongo de mi esfuerzo para estar ahí, para lo bueno o malo porque ahí se ve la verdadera cara de las personas, se ve la importancia que dejas tras de tí, algo muy valioso y digno de aprecio.
La huella que dejas te premiará, la bondad que das se te devolverá y la empatía que demuestres se te reflejará. Siempre ha sido así, por mucho que el mundo me amenaze con comerme, con redurcirme a cenizas, yo siempre he sido fiel a estos principios y no pienso fallarme.
El tiempo acaba sanando todo, sí, pero debemos poner de nuestra parte para que así sea. Debemos trazar la ruta para poder avanzar, no obstaculizarlo echando más piedras al camino. El tiempo es una aliada, sí, pero no la protagonista, eso somos nosotros mismos.
Lo mismo ocurre con aquellos que nos brindan ayuda, ellos no solucionaran nuestros problemas, no harán que desaparezcan, pero sí pueden aportar cosas fuera de nuestro conocimiento, otros puntos de vista, otra perspectiva, que no creíamos posibles de visualizar.
A veces cuando el mundo se nos cierra, ellos pueden colocar pilares que sujeten todo lo que se nos venga encima, pero al final somos nosotros los que debemos terminar la construcción.
Yo quiero ser uno de esos pilares, siempre que me sea posible. Quiero poder ser capaz de ayudar, escuchar, consolar, no por mí, si no por la otra persona, por el miedo de que piense que está sola, que nadie podrá llegar a entenderla, que es una guerra de un solo soldado. Quiero que sepa que tendrá batallones de refuerzo siempre que los necesite, incluso cuando piense que este todo perdido. Es algo que cuesta, siempre pensamos en la incapacidad de comnprensión de las demás personas, que no nos llegan a entender, que jamás sabrán estar en nuestros zapatos, pero sí que debemos saber que en ciertas situaciones, las personas abren sus mentes, van más allá de sus costumbres y se abren para arropar esos problemas ajenos e intentar ayudar.
No seré un ángel de la guardia, ni siempre seré la más idonea para ayudar con la situacíón ni siempre daré los mejores consejos, tengo mis errores como todos los seres humanos, pero no por eso me hace ser peor persona o menos empática. Se aprende de los errores, es algo que para mi va a misa, gracias a eso puedo seguir adelante y seguir mejorando como persona.
Pero hay una cuestión que sin pensarlo apenas, me viene a la mente y es innevitable preguntarme: a veces, hay que dar tantos consejos que ayudan pero, ¿por qué somos incapaces de aplicarnos estas ayudas a nosotros mismos en tiempos de necesidad? Es más fácil dar consejos que aplicarselos a una misma, ya que hay ocasiones que las situaciones nos ciegan y somos incapaces de actuar con la razón, en todo caso, nuestros sentimientos se apoderan de nosotros.
Los sentimientos son las armas más fuertes y peligrosas que podemos poseer. Pueden ser nuestra salvación o perdición si no sabemos cómo controlarlas. Ese, se podría decir, es uno de mis grandes defectos, ser de emoción fuerte, en la mayoría de stiuaciones, mis emociones son tan fuertes que me acabo dejando llevar por ellas y eso no siempre es bueno para mí, por los inconvenientes que puedan traer consigo.
Mis sentimientos hablan lo que mi cabeza y boca callan, anhelan cosas que me son imposibles de pedir, gritan lo que mi corazón necesita expresar. Son el altavoz de mi alma, una manera de sacar a flor d epiel todo aquello que me guardo. Son peligrosas para mi ser, para lo que pueda pasar si me dejo influenciar o simplemente actuar por ellas, en sí, la situacíón no saldrá como mi corazón anhela, si no que saldrá de una forma que mi alma no podrá soportar.
Todos estos pensamientos me dejan despierta por las noches, acompañada de cientos de lagrimas y todos aquellos demonios que toman el mando de mi subsconsciente para así poder atormentarme, sin posibilidad alguna de pararlos. Vuelven mi cabeza un enigma que me es imposible de solucionar, por falta de información, por falta de confianza, por miedo.
¿Por qué?¿Por qué me opongo a mirar más alla? No lo sé, mi desconfianza es más fuerte que cualquier otra cosa, acompañada del miedo e incertidumbre. No me aventuro a ir más allá, a ir más lejos de mis límites, de mis comodidades.
Mi zona de comfort es mi zona segura, es mi hogar, es donde yo me resguardo del frío que amenaza con congelarme. No me aventuro a ello, a querer descubrir lo desconocido, aunque pueda salir de dos manera: una, que termine congelada para siempre o que me pueda descongelar con el calor de la seguridad descubierta más allá de mis muros.
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