Para empezar, debo decir que dicho secreto se me ha revelado en partes y por distintas personas a lo largo de mi vida. Semejante confidencia no puede ser sino, asimilado de otra forma que no sea de manera paulatina; y es que, al día de la fecha no creo haberlo completado.
Sospecho que se encuentra en las bondades de aquellos que bañan su arte con sinceridad, haciéndolo desde lo más profundo de su humanidad y de la manera más sutil. Muchas veces toma forma de un grito ahogado, de silencio, incluso de olvido. Se dice sin decir, y aunque lo intentemos transmitir, quedamos sin lenguaje para expresarlo.
Si me obligan a revelarlo, simplemente no podría, aunque quisiera, no podría; reconozco que me es imposible dárselos a conocer por este medio. Ni siquiera sé si en este momento les estaré transmitiendo aunque sea una parte de él. Les confieso que la génesis de este texto, nace de mi impotencia para dárselos a conocer, sepan disculpar y entender; aun así, creo estar seguro en afirmar que, y tal vez aquí la esperanza me juegue una mala pasada, ustedes también lo conocen.
Frecuentan novelas, cuentos, versos o una simple palabras buscando partes del secreto; tal vez lo percibieron en alguna canción, una fotografía, alguna pintura, un movimiento o en una simple melodía que los instó a ser parte de esta búsqueda de lo indescriptible. Es normal perderse y distraernos con románticos gestos que acarician la vida a contrapelo, después de todo no parece ser un lugar errado para buscarlo, lo verdadero puede estar escondida por esos lugares.
Hay quienes, con destacado cinismo, tratan de convencernos que no existe aquello que conmueve y que deja hablar a nuestro espíritu; para ellos solo se trata de accidentes, descartes de la razón, imperfecciones que solo nos distraen del “éxito” en la vida. Argumentan, que una bella melodía no vale nada para el universo, gigante que todo lo devora con el apetito del tiempo; pues tengo para ellos malas noticias, el alimento predilecto del tiempo, son las condecoraciones humanas puestas desde la moral.
Por aquí quedamos unos pocos convencidos que la trascendencia es un horizonte legítimo, y que estamos dispuestos a perseguir, aunque el destino sea el más penoso. Sí, nos enfrentamos a lo imposible, como una ciudad sitiada que está destinada a caer ante el enemigo, eso lo sabemos; aun así, seguimos. No tenemos nada más para defendernos que el resonar de un secreto en nuestro espíritu.
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Esteban A. Nieva
Al final de la palabra siempre esta el sentimiento. Leer sin sentir es imposible.
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