Son las 3 AM y te extraño. Miro el cielo repleto de estrellas y las lágrimas me invaden. El corazón se me encoje y el viento se lleva mi alma y mis sentimientos. El viento me transporta hacia vos. Cierro los ojos por un momento y un centenar de imágenes se presentan en mi cabeza. En el silencio de la noche estrellada, siento una respiración: la tuya; pero abro los ojos y sólo me encuentro a la nada misma.
Ojos humedecidos, labios resecos, piel fría. Ojos cafés, marrones y de un color abrazador, labios carnosos y de un color tentador, piel suave al tacto, con cicatrices. Cicatrices de guerras que lograste superar. Cicatrices hermosas, que veo y admiro. Heridas que se ablandan a mi tacto, porque las comparto y también las llevo. Heridas que curaron y otras no. Cicatrices en tu piel hechas por mí. Cicatrices en mi piel hechas por vos. Nos miramos a los ojos y lo entendemos, somos muy jóvenes para amar, pero sabemos que estamos dispuestos a librar nuestras batallas con tal de volver a estar unidos. En un beso, en un abrazo. En un encuentro eterno y efímero, que dura un instante y un siglo a la vez. Donde nos saboreamos y nos acariciamos sin pensarlo. Donde ambos corazones laten en la misma sintonía. Una catástrofe se cierne sobre nuestros cuerpos, el viento nos golpea de una forma salvaje y no nos importa. Nos transportamos a un lugar donde no existe el espacio ni el tiempo, donde solo existen nuestros cuerpos y donde solo se escuchan nuestras respiraciones.
Escuchamos la melodía que desprenden nuestras almas, tenemos música dentro nuestro, pero no nos sorprende. Porque sabemos que siempre que nos unimos la música se hace presente. Nos miramos fijo y nos damos cuenta que las palabras nunca alcanzarán para demostrar todo lo que sentimos.
Podría decir que nunca había conocido a nadie como vos, podría decir que todo el tiempo mi corazón y mi alma te recuerdan, que cuando mi cuerpo se separa del tuyo me siento sola. Podría decir que a tu lado me siento segura, me siento un poco menos insignificante. Podría decir que cuando el humo del cigarrillo ingresa a mi cuerpo siento que vuelo con él y que te veo sonreír. Podría decir que cada día necesito más acariciar tus manos, contemplar tu rostro y verte sonreír porque nuestras canciones te hacen sentir más vivo.
Podría decir esto y miles de cosas más pero me las guardo. Me las guardo por miedo y me prometo nunca, jamás, decirte todo lo que generas en mí. Te veo y te sonrío, disfruto el momento, escucho la sintonía en la habitación que, conforme a nuestro enamoramiento, se encoge más para obligarnos a no separarnos. Pero cuando abro los ojos ya no estás, te fuiste hace un momento con el viento. Recuerdo mis últimas palabras: “te quiero” y las tuyas: “yo igual”. Recuerdo el momento justo de tu partida.
Yo no sabía que el destino no iba a permitir nuestro reencuentro. Yo no sabía que iba a estar llorando entre humo de tabaco mientras la música agresiva de los audífonos me transportaba a otro mundo y me dejaba verte. No sabía que este iba a ser mi castigo por no poder decirte que te amaba y te amo. Este es mi castigo por no haberme animado a decir dos palabras tontas, pero llenas de sentimiento. Es mi castigo por haber desatado un apocalipsis dentro mío y por haberme puesto mil barreras para no decirte lo que significas para mí. Y ahora estoy acá, otra noche solitaria, como todas desde hace dos meses, la noche solitaria que le siguió a la que estuve con vos. Y todas las noches pasa lo mismo, me veo encerrada en nuestro mundo, pero sin vos. Y ahora que lo pienso, me diste todas las señales posibles para despedirte, pero yo no las quise ver o no las noté.
Somos jóvenes para amar, dicen todos, pero quién hubiese dicho que yo te iba a seguir amando años más tarde con la misma intensidad y que iba a seguir siendo parte del viaje con destino a ”Nuestro Mundo”.
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