Cuando me escribis, mi encrucijada favorita vuelve a comenzar una vez más. ¿Por qué lo hiciste esta vez? ¿Hay una búsqueda detrás de aquel tecleo o es solo una interacción más?. Analizo tus tonos -tal vez demasiado- o la manera en la que estructuraste la oración. Tu forma de hablar tan picaresca siempre me hace confundir. Y al mismo tiempo eso es lo que me gusta. La incertidumbre que nos une. La manera en la que puedo bailar entre tus palabras, hablar con ellas, conjeturar. Te busco y me buscas, pero sabemos que solo allí existimos. Porque has sido siempre la mente maestra detrás de ese medio que implica nuestro limbo. Porque sabes cómo desarmarme y con qué facilidad que caigo rendida. Pero también sabes cómo volverme a armar, alejándome, poniéndole un techo bien firme a mi ego. Y así pasan los días. Vos jugando y yo encantada de ser tu muñeca de a ratos. Tu particular inmunidad ante casi todas mis palabras filosas me hace desesperadamente buscar armas que lastimen tu coraza. Solo cuando finalmente choco con alguno de tus puntos débiles es que me gano como recompensa una pizca de sinceridad. Por un pequeño momento, la balanza cae de mi lado. Pero luego, como siempre supiste, volves a ponerme en el lugar que me corresponde. En fin, a vos nunca te gustó la seriedad y yo soy su mayor aliada. Esa es nuestra receta, yo finjo que no me importa y espero que a vos te importe un poco más.
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