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¿Hacemos lo que queremos?
Por supuesto que no siempre tomamos decisiones desde nuestro simple y egoísta deseo, o sea: hacemos condicionados por factores externos.
La misma educación o falta de ella, imprime en cada individuo una especie de sello; es un condicionante del comportamiento.
El entorno, la tradición, la manutención, la familia, y otras necesidades auto impuestas (un chalet en la playa).
Así, la libertad, es una quimera.
Al margen de determinismos, divinidades autoritarias, del sino inevitable, no hay un posible libre albedrío.
Comer, beber, respirar, ya condicionan. Uno no puede elegir vivir en el fondo del mar.
Satisfacer lo básico nos limita como seres libres. Satisfacer lo impuesto, nos limita mucho más.
Religiones, aficiones, relaciones, son obstáculos insalvables en el camino utópico de la libertad.
No hay caso. Pretender ser libre es estar condenado al fracaso.
Sé que soy pesimista.
Si la libertad es ausencia de condicionantes, nunca hemos sido ni seremos libres. Vivir es estar atado a necesidades, influencias y estructuras que nos preceden. La paradoja es que, aunque la libertad absoluta sea inalcanzable, seguimos deseándola; quizás sea parte de nuestra propia naturaleza.
Tal vez la única libertad posible sea la de reconocer nuestras cadenas y, una vez las sepamos, decidir cuáles aceptamos con más o menos gusto y cuáles intentamos aflojar.
Pero presos estamos.
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