Nota color rosa, para Sofía no numerada.

Escuché el ventanal abrirse. Caminó por mi lado derecho casi sin hacer ruido, sutil y silenciosa, se me fue pegando a la espalda. De alguna forma, empecé a sentir sus latidos; apoyó primero su pecho, luego su mano izquierda en mi hombro distante. Al mismo tiempo, por el lado que mi cuerpo la sintió más presente, comencé a sentir su cabello acomodarse sobre mi espalda, siempre al compás de su respirar tranquilo, que iba sacudiendo a escalofríos toda distracción, que se adueñaba de mi mente. Cautelosa su cabeza se fue acomodando perfecta, en mi clavícula descuidada. La cual había dejado un espacio despejado, entre mi cuello y mi remera. Sentí cómo rotaba, cómo perpetuaba el acto, cómo disfrutaba cada subdivisión del tiempo que resguardaba su irrupción; sentí cómo bebía cada fragmento de mi desesperante inacción, de mi espera en la cual podría morir sin queja alguna; pero era tan corta la distancia a esta altura, que preferí la vida. La única que podría oír sus labios despegarse, acercarse, sentirlos besando mínimamente el tatuaje que tenía tras mi oreja. De pronto inhaló, sentí que se lo había llevado todo, que caería yo asfixiado en ese instante. No precisaba descripciones, sobre mis pupilas dilatadas, ni mi corazón desentonado, ni mi vida en pausa; supe que estarían, y que seguirían así siempre mientras ella lo quisiera.