Hace un tiempo,rodeado con amigos de la facultad (realmente hará una semana de eso, pero lo recuerdo como si fuese hace meses), al ocaso del sol entre latas de cerveza mahou vacías y ceniceros a rebosar de cigarrillos de liar, una compañera me dijo “Eres nostalgia”. Frase la cual me desconcertó al suponer que se quería referir a que era una persona nostálgica, no obstante, al cuestionarle su frase argumentó: “No, eres nostalgia, existen personas nostálgicas pero tú te mueves como un recuerdo y miras como el que cuenta”. Una frase tan corta que no deja de resonar en mi cabeza cuán cancioncita pegadiza de anuncio de televisión, hasta el punto de verme obligado deconstruirme y reconocer una característica innata acerca de mí mismo, y es que si, soy nostalgia.
Pareciese que llevo dentro un impedimento al disfrute, como si mi reloj vital siempre fuese 30 segundos adelantado al que comúnmente vive la gente.
He besado bocas extrañando esos labios.
He acariciado cuerpos añorando ese tacto.
He dicho palabras citándolas en recuerdos.
He pegado fotos en mi álbum mientras sonaba el click de mi camarita.
Vivo todo con recuerdo aunque en ese momento no sea más que presente, vivo una vida presente con ojos hipermnesicos.
Se sintiese como si no viviese, solo recuerdo y mis ojos no hacen más que proyectar esas vivencias que ya han pasado, aunque sean el ahora.
Mi naturaleza nostálgica me condena a extrañar el presente, adelantado a su tiempo siendo consciente de que algún día será recuerdo, pero siempre sin ser primero vivencia.
A convertir en polvo lo que es vida.
Y es que nunca he habitado, porque siempre me he limitado a ser un espectro rememorando todo aquello que pasa como si ya hubiese pasado.
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