Me encontré sentada en una banca
tan lejos, tan lejos de casa
frente a una mansión abandonada;
tras la hondonada,
con cigarro italiano en mano
Bucarest me recuerda a Coyoacán
A media calle las vías del tren,
o más bien del tranvía,
con la plaza a la izquierda y
a la derecha la vulcanizadora,
escribiendo en mi cuaderno,
me siento Cărtărescu.
Aún con el cielo tan azul
y el clima perfecto
y los colores familiares
de pueblo conocido,
mis rimas vacías reflejan
nada más y nada menos
que nostalgia.
Aquí también traigo un disfraz y
aún con él, no me dejan de mirar.
Tal vez por mi tos de perra
por fumar y fumar o por mi tez,
mi idioma, mi nacionalidad.
Se tratan de miradas de curiosidad, como en mi colonia cuando me muestro trans. Aquí serían de odio, no tengo de libre la cualidad; menos libertad que en mi país, pero no menos que en mi hogar.
Desde la banquita, en chanclitas y unos shorts, me dan las doce con el Sol a todo lo que da. Veo gente pasar y cruzar la calle, los conductores más ajenos aquí que allá; la gente arriesga su vida en el paso peatonal. Con todo y leyes más estrictas, más permisos limitados, hay menos cultura vial.
En mi nación pasaría por blanca tal vez, pero aquí no, pues mi tez no se quema; color cobre con el Sol se broncea. Quizás por los antiguos moros de España o alguna herencia de sangre Mexica, dividida y difuminada con el tiempo, que me dio la empatía y paciencia para no pitarle al peatón en el alto y me enseñó a gritarles "¡Puercos!" a la policía y a dar "mordidas" cuando ignoro el reglamento y justifico: "¿Qué tanto es tanto?".
No somos perfectos, ni aquí ni allá, pues en todos lados somos humanos; legados culturales y sanguíneos sangrientos y, al final, lo único que siento es nostalgia.
Me encontré en un montecito boscoso, muy como los de mi hogar. Aunque este no había sido tocado por manos urbanas como el mío.
A los alrededores de mi lugar natal,
los pocos sitios verdes y marrones,
dónde corrían cristales
se ven cada vez más grises;
el agua cada vez más palpada
por la suciedad de la ciudad.
Cada vez más estancada,
mas no verde fangoso
sino blanco aceitoso,
gris humeado y tornasol incluso.
Ahí ya no puedes encontrar el ruido de una cascada golpeando violentamente las piedras del camino erosionado que genera tanta paz; ahí pues, encuentras lo opuesto: el sonido calmado de agua negra burbujeante que, paradójicamente, resulta repulsivo y preocupante.
Tras esa visión de un montecito boscoso
y la naturaleza tocada de mi hogar doloroso
Me encontré
sentada en un rinconcito
cubierta de plantas,
la vista tan paradisíaca
que hasta mis alergias ignoro.
Nunca antes visto un verde tan verde
como el del pasto este día.
No hay lugar en mi memoria
para un azul tan azul como el del cielo
detrás del abedul perdido en este bosque
de pino y roble.
Mis amigos: de rojo, azul y vino;
mis amores: de verde y marrón.
El eterno retorno, se repite el patrón,
pero aún así, es diferente el camino.
Nada es igual que ayer.
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