Nos amamos con la prisa de los que ya presienten el final.
Yo te miraba como se mira el mar en invierno:
sabía que no era tiempo de nadar,
pero igual me desvestía.
Tu cuerpo me hablaba en murmullos,
y yo respondía en voz alta.
Nunca supimos hablarnos en el mismo idioma.
Fuiste un soplo cálido en una casa con ventanas rotas.
Me diste abrigo con tu presencia,
pero dejaste entrar el frío por todas partes.
Y aun así, volví.
Una y otra vez, como un hombre que olvida
que el fuego quema
aunque no lo mire.
Compartimos noches en las que tus ojos
no estaban del todo conmigo.
Te dejabas tocar,
pero no alcanzabas a quedarte.
Yo me llené de ti
como se llena una copa que sabe
que no será bebida.
Después, la distancia no fue una decisión,
fue el resultado de no elegirnos del todo.
Pasamos a ser nombres sin piel,
rostros que el tiempo barnizó de indiferencia.
Nos volvimos educadamente ajenos.
Como si lo nuestro no hubiera dolido.
Como si el deseo no hubiera dejado huellas.
Ahora me preguntas si fue real,
si alguna vez te quise.
Y no sé qué duele más:
que lo dudes,
o que yo aún lo recuerde.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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