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Nos quedaba amor

Aug 18, 2025

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Después de un tiempo volvieron a encontrarse, distintos pero reconocibles, como dos viejos faros que pese a las tormentas y el paso del tiempo, aún conservaban su luz. Habían dejado atrás los defectos típicos de la juventud: los impulsos desmedidos y las promesas rotas. Las heridas se habían cerrado, dejando cicatrices que ya no dolían, sino que contaban historias y guardaban lecciones.

—Aún te brillan los ojos —dijo él, con la voz un poco más grave, pero con la misma suavidad de siempre.

Ella levantó la mirada, le devolvió una sonrisa sutil, limpia, sin reproches ni recriminaciones. Era una de esas sonrisas que no necesitan palabras, que se sienten en el pecho como un eco lejano y cálido, que estremecen y devuelven, aunque sea por un instante, una sensación de paz.

Se quedaron en silencio unos segundos, observándose, reconociendo los cambios. Las arrugas tenues en la comisura de los ojos, la madurez en la mirada, el peso de los años vividos. Pero también estaba la esencia intacta, esa complicidad que no se había oxidado con el tiempo. Por un segundo, él recordó aquella tarde de lluvia en que ella, empapada y riendo, le juró que nunca se iría del todo. Y quizá tenía razón.

Las risas brotaron, breves pero sinceras, ahuyentando un poco la nostalgia. Sin embargo, en el fondo de la sonrisa quedó flotando la pregunta inevitable de todo reencuentro: ¿qué hubiera pasado si…?

No importaba ya. El pasado había hecho su trabajo, había esculpido versiones más completas de ambos, y ahora, en ese momento suspendido, no había espacio para el arrepentimiento, solo para el reconocimiento mutuo y la calidez de una presencia conocida.

Ambos lo supieron sin necesidad de decirlo: lo que existía entre ellos seguía vivo, pero ya no pertenecía al presente. Era un fuego que había aprendido a arder en silencio, sin consumir, sin exigir. Sonrieron una última vez, como quien se despide de un sueño del que no quiere despertar, sabiendo que el cariño seguía intacto, pero el tiempo había cerrado la puerta.

Y así, con el corazón lleno y sereno, tomaron caminos separados. No por falta de amor, sino porque había cosas que, aunque eternas, no estaban destinadas a quedarse.

Julián Carax

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