Los fantasmas tocan mi ventana y me piden que mande a pintar la luna. Unen sus nombres como gesto romántico y se adjudican hijos e hijas. Quedaron atrapados en el tiempo. Esperándome, esperándote. Se ríen y juegan, no me dejan en paz. Si ellos supieran el presagio maldito su eterno querer se burlaría ante el futuro. No creo que entiendan aunque se los explique. Yo aún converso con ellos. Tu fantasma duerme conmigo, me acaricia el pelo y me invita a bailar, sé que expirarán, se irán y no tendrá las respuestas que quieren pero no hay nada que hacer.
—Yo siempre, siempre te amaré.
Tu fantasma solo me miró con benevolencia y añoranza.
Ojalá eso fuera real. Te he escrito varias cartas, pero en realidad me pertenecen, porque son lo único que me quedan. Las letras que me dirigen hacia ti, los recuerdos, los buenos y los malos y nuestros fantasmas que me perseguirán hasta que ya no recuerde lo que sentía, que supere la emoción y aun con todo no creo que expiren en lo absoluto.
Bailarán día y noche y las estrellas les envidiarán por el brillo de sus ojos y lo perpetuo de su existir. Sobre ellos no hay castigo en lo celestial de su afecto. No conocen de tiempo ni de temporada. No duermen, ni se cansan. Se alimentan de eso que no ocultan y se beben el alma. Nadie los nota, solo yo. Sentirían una inmensa pena al saber la verdad.
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