Faltan pocos días para llegar a Noche Buena/ Navidad y este año me siento más desconectada que los anteriores. Fue algo que se dió progresivamente. Y lo más paradójico es que yo creo en la Navidad religiosa. Lo que me cansa, molesta, perturba, desanima, es la vorágine de color rojo y verde, o también dorado y cada vez más colores. (Y no es una crítica por mi religiosidad). Todo el año me quejo del exceso de compras que veo a mi alrededor, los papeles de regalo, cada mes hay algo. Y si me subo a cada uno de esos trenes...
Hoy, me consume el pensamiento Papá Noel, las servilletas decoradas que terminan en la basura, El Regalo Prometido, Mi Pobre Angelito, la pirotecnia, el pan dulce, el amigo invisible. Puede ser que ya no tenga las Fiestas que tenía cuando era una niña, quien desde que tenía diez años inventaba una obra de teatro para que su familia vea, cantaba canciones, armaba disfraces, hacía ensayar y cantar a sus primos y hermanas desde octubre para que todo salga bien. En otras ocasiones, decoraba, hacía tarjetitas para cada uno. Detalles.
Y pienso de qué sirvió todo eso. El gasto y compras que hacían los adultos en esa época, y los cumpleaños, y otras fiestas. Porque ya ni me queda nadie de esa familia. De toda esa familia solo quedamos cuatro.
Ahora tengo otra familia. Y tengo que volver a construir en mí un nuevo sentido. Más allá del que ya conozco y sé. Sino un sentido personal que pueda llenar finalmente esa tristeza y confusión que todavía siento.
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