Si tan solo la noche durara más,
no tendría miedo de despertar,
de quedarme ciego
porque el sol me fuera a deslumbrar.
No habría tormento: noches de ciegos,
noches viendo la calle llorar de celos,
escuchando a los viejos
lamentarse por la pérdida de tiempo.
Ojalá fuera eterno el breve nacimiento del sol,
ese eterno nacimiento que sucede cotidianamente
entre la pesadez de la noche y la pesadilla del día;
allí, donde solo me importaba ver el cielo desde mi silla.
Noches sin juicio, sin escrutinio,
noches en las que nadie vino.
No importaría si durara más,
para no culparme por descansar.
Entre nubes se ahoga lo que no sueño,
entre estrellas se apagan mis deseos.
Por eso me hago el que no veo,
para así poder conciliar el sueño.
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