Todavía siento el frio de esa tarde anaranjada que mi campera de jean no podía retener.
Mi alma caliente y la fresca brisa que se llevaba las hojas del otoño me hacían respirar aires de esperanza. Mis alas, no construidas a base de cera, sino que de heridas y sangre de guerras pasadas empezaban a volar de nuevo.
La ansiedad y emoción rebosaban mi cuerpo y me hacían avanzar cada vez más rápido. En sus ojos de color calma podía ver la inocencia e ilusión de una mujer que quería conocer el amor sin rencor. Su pelo Barroco y su alma de diamante simplemente me hacían sonreír porque lo único que veía era sinceridad y comprensión.
Solíamos pasear por los campos color verde vida que ella tanto amaba. A mí no me gustaba mucho la idea, en el equinoccio de otoño el sol es impresionantemente más débil pero más brillante. Me molestaba y trataba de evitarlo. Aun así, creo que era la excusa perfecta para que yo usara anteojos de sol.
Ella en cambio simplemente se dejaba brillar, o mejor dicho reflejar en el sol, que ansioso y con ambición, encontraba en su cuerpo el perfecto lugar para personificarse en esta tierra.
Yo usaba anteojos de sol, me protegía, no me atreví a mirarla, quizás ella brillaba mucho, quizás sus ojos eran un paraíso muy extenso para recorrer que derivaban en los senderos de su alma y mis ojos negros no podían anteponerse ante tanta luz.
No me atreví a mirarla a los ojos sin mis protecciones polarizadas, pocas veces lo hice y supe porque no volver a hacerlo. Aprendí de Ícaro y no me acerque demasiado a ese sol caliente para no caer, para no morir tan joven. Quizás estoy equivocado y él vivió más que yo porque conoció el calor de la luz.
Ella me quitaba los anteojos, los detestaba con la excusa de querer mirarme a los ojos y me miraba fijamente porque sabía que era la única manera de dejarme sin palabras. Me quemaba. Ella parecía saberlo todo.
Muchas veces sospeche de su identidad, quizás era un malvado truco del sol para derretirme y llegar a mis alas, a mi oscuridad. Pero yo necio no lo permití y me escondí fuera de sus rayos y aterricé con mis alas seguras. Quizás en el lugar equivocado.
Quizás yo soy el que está equivocado, quizás tengo que aprender a vivir. Quizás no es tan trágico dejarse quemar y sentir. El peligro de caer es válido, pero son latidos que bombean vida. Ícaro sabrá de eso supongo.
Ya no uso más anteojos de sol porque ya no existe el peligro de una estrella tan luminosa en mi vida que quiera peligrar la oscuridad de mis alas.
La próxima vez voy a tener más cuidado. Aunque por lo menos ahora puedo decir que conocí al sol.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión