Cuando me preguntan por ti, no sé qué hacer con la lengua. Me pesa. Me tiembla. Me traiciona. Porque tú nunca fuiste palabra. Fuiste eso que no se dice, que se queda en el pecho haciéndose nudo, volviéndose ruido blanco y digo cualquier cosa. Que eras “alguien que pasó”. Que fue “hace mucho”. Que no importa. Pero la verdad es que todavía tengo tu rostro grabado en la parte del espejo donde nunca me miro. Ese rincón polvoriento donde habitas, con la cabeza ladeada, los ojos entrecerrados y esa manera tuya de estar sin estar, de prometer sin palabras y ausentarte en el acto siguiente.
A veces lo intento. Digo cosas sueltas, vagas… Digo: medía uno setenta y algo, creo. No era mucho, no era poco. Pero te juro que cuando estabas cerca, ocupabas más espacio que el mundo. Siempre parecías a punto de irte. Y lo hacías. Como si tu cuerpo estuviera hecho de esa lluvia que no empapa, solo alborota el calor. No te importaba dejar las frases a medias. Yo las completaba. Siempre lo hice. Te bastaba un abrazo cortado a la mitad para que yo sintiera que me estabas salvando.
A veces me preguntan si sigo escribiendo. Me río, digo que ya no. Pero es evidente que si. Aunque ya no escribo con tinta: ahora escribo con los latidos que duelen más en octubre, cuando tú solías aparecer sin avisar. Te dibujo con palabras que nadie leerá. Porque nadie te conoció. Porque cuando me preguntan por ti, no puedo mostrar una foto. No hay testigos. Solo yo. Y una versión tuya que se fue antes de llegar.
Nadie supo que también dibujabas. Que tus dedos temblaban igual que los míos. Que nuestras almas tenían grietas similares. Nadie se dio cuenta de tus silencios o del miedo que te arrastraba los pasos. Yo sí. Pero nunca supe qué hacer con eso. Me quedé. Era buena en quedarme. En poner mi cuerpo como casa ajena. Y tú eras bueno en irte antes de que se sintiera hogar.
Ahora ni te veo. Y aunque el mundo insiste en que ya tendría que haberlo superado, no sé cómo se supera a alguien que no se fue del todo. No estás en ningún álbum, ni en ninguna carta. Solo en mis huesos. En mis noches. En las veces que me sirvo una taza de café y pienso, sin quererlo, que tú lo tomabas con media cucharada de azúcar. No lo olvidé. No olvidé nada.
A veces, cuando no puedo dormir, me pregunto si tú también me recuerdas. No como un amor grande, no como una historia. Me conformo con que me recuerdes como alguien que estuvo. Que te miró con ternura cuando no sabías qué hacer con tus manos. Que vio tu ansiedad sin juzgarte. Que te quiso aunque nunca aprendiste a quedarte.
Y entonces, cuando me preguntan por ti, contesto que fue “alguien”. Pero por dentro, sé que fuiste todos. Que después de ti, nadie más tuvo forma. Nadie más fue suficiente. Porque yo te sigo amando con la memoria llena de polvo y con el mismo corazón que nunca aprendí a devolver a su sitio.
Quiero que me pregunten por ti, aunque, sinceramente, dudo poder olvidarte.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión