Cuando era niña, la gente solía decirme que era “muy linda”. De hecho, era casi lo primero que escuchaba cuando me veían, como si fuera lo único que podía llamar la atención, lo único por lo que podía tener un valor. Mi imaginación nunca era halagada, tampoco mis intentos de cantar o de hacer musicales. Todo lo que oía era:
—¡Pero qué linda, nena! ¡Qué ojazos! —me decía Ana, la vecina que vivía a la vuelta.
—Siempre tan linda vos —agregaba Carlos, el vecino de al lado.
—¿A quién saliste tan linda? —escuchaba en otras voces.
Yo no sabía qué responder. En realidad, hasta el día de hoy, cuando alguien me dice un halago, sigo sin saber cómo corresponderlo. Cuando era pequeña, me enseñaron a decir “gracias” y a sonreír, así que esa era siempre mi manera de reaccionar.
Un día, le conté a mi mamá que no sabía cómo manejar esos momentos. Le expliqué que la gente me decía todo el tiempo que era “muy linda” y que eso me ponía nerviosa.
—¿Y vos qué les decís? —me preguntó con curiosidad.
—Les digo “gracias” y les sonrío —respondí, dudando de que fuera lo correcto.
—Cuando te dicen que sos linda, vos tenés que decir que sos vistosa, no linda —me contestó, con tanta seguridad que decidí adoptar su frase como mi nueva realidad.
Entonces, un día alguien volvió a decirme:
—¡Qué linda que estás!
—Mi mamá me dijo que no soy linda, soy vistosa —contesté con firmeza.
La respuesta generó un estallido de risas porque, claramente, fue lo que empecé a repetir como un loro. Yo, por supuesto, no entendía de qué se reían. Tampoco comprendía bien qué significaba cada palabra, pero me sentí incómoda. A partir de ese momento, empecé a pensar que no era digna de representar una “lindura” convencional. Había adoptado una nueva verdad: no era linda, era vistosa.
Hoy, más de veinte años después, decidí googlear la palabra vistosa. Según la RAE, significa: “Que atrae mucho la atención por su brillantez, viveza de colores o apariencia ostentosa”.
Me reí al leerlo. Recordé la anécdota con ternura, pero también con cierta tristeza. Porque, más allá de la risa, me doy cuenta de que todavía me cuesta mirarme al espejo y reconocerme, no solo como “linda”, sino incluso como “vistosa”.
Toda mi adolescencia estuvo marcada por trastornos alimenticios que aún me acompañan. Me resulta difícil reconciliarme con la idea de sentirme bien con mi cuerpo. Sí, sé que puede sonar superficial, pero también sé que este es el cuerpo que me toca llevar en esta vida, y no logro estar en paz con esa idea. No me siento brillante, mucho menos con “viveza de colores”.
A veces, antes de salir a la calle, doy vueltas durante mucho tiempo frente al placard, pensando en lo terrible que me veo. Ni siquiera entiendo por qué le doy tanta importancia. No es que busque aprobación afuera, pero de alguna manera todos esos comentarios que recibí de chica me hicieron creer que la única forma de ser validada era a través de mi apariencia.
Tal vez mi mamá no haya tenido la mejor respuesta en ese momento, pero hoy entiendo que lo hizo para quitarle peso a esos halagos. Intentaba decirme que no eran tan importantes. Sin embargo, todavía, en lo más profundo, sé que sigo buscándolos porque no soy linda pero, ¿soy vistosa?
Si te gustó este post, considera invitarle un cafecito al escritor
Comprar un cafecito
francina
Si paso por acá es para declarar mis eternas bitácoras: de mi mente, mi rutina, mi vida. Dejar un… ¿Registro? Veremos qué sale.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión