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No serás

Nov 22, 2024

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No serás
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No existe una palabra que pueda describir el horror que presencié aquel atardecer. Vi tus orbes de luz celestial apagadas, como si la cascada de vida que emanaba de tu alma haya dejado de fluir. Eras oscuridad, eras dolor, eras miedo, culpa y angustia, ya no eras. La pequeña chispita que me habían asignado para proteger tantos años atrás se había ido de mi lado, en su lugar dejó una sombra deambulante, una crisálida sin una mariposa por salir, un cuerpo sin un ser.

Te tome en mis brazos, cargándote hacia Perla, aquel fiel corcel que en incontables ocasiones nos había permitido huir del mundo para profesar nuestro amor. Con la poca fuerza que te quedaba, como si fuera un reflejo muscular, te aferraste a mi camisa para emprender el viaje de regreso. No podías volver así, no debían castigarte por lo ocurrido, a mí debían matarme por no protegerte. Cortaría mi propia carótida si supiera que no te interpondrías, pero no quiero que ese quebrantado corazón sufra una gota más de dolor. No valgo nada, no merezco tu misera piedad, aunque siempre fuiste demasiado amorosa como para odiarme. Nunca pudiste hacerlo, sin importar las veces que te fallara.

No tuve que permitir tus escapadas secretas al bosque. Anhelabas la libertad, lo se más que nadie, pero eso nos costó todo. Años encerrada en aquellos muros infernales, llenos de peligros y secretos manejados por quienes decían amarte. El déspota más inmundo como tu padre, y la arpía más maliciosa del reino como tu madre. Eras demasiado bondadosa para admitirlo, pero se que deseabas una madrastra que ocupe el lugar de tu progenitora, quien sería una figura de cariño por más malvada que fuese en comparación con la mujer que intentó mutilarte y envenenarte en tantas oportunidades.

Ella sabía lo nuestro, él se lo dijo. Entre todos tus tormentos, que hacían inexplicables tu incandescencia, él era el peor de ellos, el hombre más repugnante que había tomado control de este reino. Érebo, el mago más oscuro de la región, temido por su capacidad de introducirse en la mente de sus víctimas, como una víbora psíquica que iba aprisionando cada voluntad humana, volviéndote vulnerable, volviéndote nada. En tu estado, tan frágil, hubieras quedado a su merced, pero sé que si lo hacía era para llegar a mí. Él siempre fantaseó con poseerte para quitarte de su camino, pero jamás pudo. Sabía que si se te acercaba se encontraría con mi espada. Y aunque debía dejarte sola en ciertos momentos, siempre tuviste una fortaleza mental y emocional lo suficientemente imponente como para que unos truquitos de magia no bajaran tu guardia. Ahora no tenías tal vitalidad, eras un despojo de la mujer que alguna vez amé.

Si mi vida estuvo dedicada a tu luz, ahora iba a estarlo a tu oscuridad. Prometo estar ahí para salir juntas del mundo de sombras al que te exiliaron. Pero primero tenía una misión, la venganza.

Trepé tu torre en el ala este del castillo, entre en tu dormitorio cubierto de satén rosado y perfumado con vainillas para recostarte en la cama. Me despedí besándote la frente. Allí creo que vi en tus ojos algo de ti, recubierto de una espesa neblina. Me dio esperanzas, me dio un motivo para luchar por ti, Nina.

Érebo sabía que ella lo estaba buscando, su pequeño cardenal se lo había advertido. La pequeña ave, manejada por el ilusionista, apenas había regresado de la masacre en la cueva para comunicarle a su amo si sus hombres habían cumplido la misión. Aunque estuvieran bajo su poder, aunque supiese exactamente que ocurriría, él quería oírlo, quería las escabrosas descripciones del sufrimiento de la intrusa, aquella que había apartado a su amada Aurora de su lado. La había adorado desde que era una joven guerrera en entrenamiento. Durante sus prácticas tomaba la mente de su maestro solo para verla transpirar en cada estocada que daba a los muñecos de trapo. Solo aveces, luchaba con ella para dejarla encerrada contra una pared, con la espada sobre su cuello. Su ira facial lo enloquecía, veía en ella un fuego poco común en una niña de catorce años.

Ahora su chiquilla era una adulta, la mujer que siempre deseaba tomar cual elixir prohibido. No solo la necesitaba de manera carnal, sino que una conexión espiritual con otra ser era lo que le faltaba a su magia para alcanzar su máximo potencial. Esto le permitiría apoderarse de todo, arrasando con los tres continentes si así lo quería, teniendo al mundo entero bajo sus huesudas manos. Si debía existir una emperatriz de aquel imperio, deseaba que fuese su Aurora.

Sus planes iban a la perfección, la tenía bajo su poder. Poco a poco fue tomando la interioridad mental de su amada, quien como niña que era no tenía las fuerzas para defenderse. Su juego del terror terminó el día que, ya mayor, la asignaron a la guerrera como guardiana de la princesa Nina. La escurridiza heredera necesitaba una cuidadora, y la corroída Aurora necesitaba volver a ver la luz. Ambas se complementaron, fortaleciéndose juntas, siendo imposible doblegarlas. Aurora ya no era su juguete y solo necesitaba una mínima señal para derribarlo. Su muñequita adorada se había revelado a su voluntad, la había perdido. Todo era culpa de la bruja carmesí y sus pecaminosos dotes venusianos. Debía destruirla y así lo hizo.

Como sus invasivos poderes no podían penetrarla, decidió que la haría caer desde el miedo, la haría arrepentirse de todo lo que era, borrando su desafiante sonrisa. Destruido el candelabro, Aurora avanzaría por sí sola a través del oscuro sendero hasta sus brazos.

Cumplidos sus planes, su niña estaba llegando a las puertas de su habitación, en el ala oeste del castillo. Como consejero principal del rey, tenía uno de los cuartos más lujosos, además de dos bóvedas en las profundidades de los terrenos. Allí es donde realizaba sus experimentos más macabros, con cientos de jóvenes pueblerinas a quienes secuestraba. A falta de una conexión emocional real, podía simularla a través de su artificial manipulación. Jaulas y jaulas llenaban las mazmorras con mujeres de todas las edades como víctimas de su trastornada maldad, usadas como baterías de poder mental que mantenían su árido corazón aún con vida. Sin ellas, la magia que alguna vez robó de una poderosa hechicera de las profundidades del bosque, quemándola hasta las cenizas, lo consumirían por completo. Todo tenía un precio, y sus inhumanos actos tenían que pagarse con sangre.

“Está cerca, puedo sentirla.” Pensó mientras su piel se erizaba, su afilado olfato podía percibir la lavanda de su oscuro cabello aún en la lejanía.

Lo próximo que sintió fue una estruendosa patada que tiró su puerta de roble al suelo. Una espada ensangrentada, unos monarcas colgados y un espíritu encendido como una antorcha dantesca no le pronosticaban un reencuentro amoroso.

—Podías haberme hecho el daño que hubieras deseado, podías usarme, romperme y rearmarme para practicar tus enfermos juegos conmigo, pero jamás tuviste que haberla tocado a ella. —Gruñó con cada gramo de ira que la envolvía.

—Sabes corazón que no puedes tocarme, ni siquiera acercarte, a menos que te lo permita. —Masculló fingiendo confianza, algo se sentía distinto en él.

—Eso era antes, ahora no tienes a tus indefensas cautivas como escudo. Las liberé de tu control con el aroma de las flores de vainilla, su dulzura deshace cualquier encantamiento, sobre todo los que surgen de la más inmunda oscuridad.

Con cada palabra, Aurora se acercaba más a Érebo, quien estaba aterrado. El placer de ver el terror en su mirada curaba todos los años de miedo que pasó a su lado. Si bien nunca se había logrado valorar lo suficiente como para detenerlo, ahora tenía un motivo para hacerlo. A Nina nadie la iba a tocar y salir con vida.

Trató de correr en un penoso intento de salvación, pero antes de que pudiera siquiera acercarse a la salida, Aurora clavó con una navaja su capa en el muro. Lo tomó por el cuello y penetró con su espada en la pelvis del mago, cortando su miembro de raíz. Lo miró en el suelo, desangrándose.

—Esto es por Nina, por mí, y por todas a las que quebrantaste, pero nunca más serás nuestro terror.

Su arma, asimilándose a un hacha, decapitó al hechicero, impidiendo que vuelva a dañar a otra mujer.

El reino tenía una nueva líder, quien recuperó su poderosa luz y fortaleza para llevar a su pueblo a un mejor porvenir, siempre acompañada de su fiel guerrera.

 

Martina Micele

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