No sé vivir sin sentirme culpable. Podría callar mi mente, ignorar los hechos, creer sus palabras y entregarme al deseo. Podría mentirme a mi misma. Podría ignorar mi moral, lo que la gente dice y no dudar en mis actos, pero pienso. Pienso. Pienso. Pienso. Pienso y retrocedo con miedo al ver a los animales salvajes. Pienso y retrocedo para no caer al precipicio.
Toco su piel. Sus labios sobre los míos en un beso fallido. Culpa. Podría ser yo, pero no soy ella. Esperaba que al besarlo mi corazón se acelerara, pero solo me siento vacía, enferma, culpable. Esos labios le pertenecen a alguien más.
En nuestros encuentros evito el labial rojo, no puedo dejar marcas de mi tinta sobre su piel. Todos lo sabrían. Ella lo terminará sabiendo. Él no dice nada, soy un secreto escrito en las hojas de un diario; un secreto que corre de boca en boca entre las conversaciones con sus amigos.
Lo espero paciente, sonrío por dentro ante su llegada. Quiero tocar su piel. Entrelazar su mano con la mía. Acariciar su rostro. Besarlo frente a todos para conseguir sentir algo… Abrazarlo… Me detengo cuando la culpa corre por mi sangre.
Me pregunta si estoy preparada, le digo que no. Nunca estoy segura de nada cuando se trata de escuchar a mi moral.
Me veo serena. Finjo que no me duele. Finjo no tener sentimientos. Es fácil, mi vida se ha tratado en fingir. Aunque te bañes y uses mucho jabón, la mancha de la ilicitud sigue delante, me repito. Es la imagen de la reputación, incluso cuando nadie la ve.
La ventaja es que ninguno se va a enamorar, dice él. Eso no es verdad, yo lo tengo claro. Él piensa diferente también: nunca se va a enamorar de mí. No soy digna de recibir amor.
Le ruego que no me mienta, porque no soporto las mentiras. Él habla, responde a medias a mis preguntas. Le pregunto quien es ella. Responde con su nombre, dice que no la conozco que no debo temer. Le pregunto porque le hace esto, dice que está bien.
Pero todas son mentiras.
A ella la ama, a mi ni siquiera me quiere. No hace falta que me mienta más. Le gusto lo suficiente para desearme, pero poco para amarme. Oh, Dios, creo que debería llorar.
¿Cómo terminaré después de esto? me pregunto. Serán tormentas perfectas. Pecados. Mentiras. Carta de la torre en el tarot. Puedo predecir el final de una historia ya contada por voces ajenas. Camino en un mundo en el que puedo experimentar, pero también oír a los demás.
No seré el jarrón del centro de mesa que recibe flores y cumplidos; me convertiré en un jarrón vacío que estará donde nadie podrá verme y donde nadie hará preguntas cuando todo termine. Lo dejará caer al suelo cuando no lo quiera más. Insignificante. Mi reputación no procede como una carta de recomendación.
La culpa me encierra. No puedo mirarlo a los ojos. Huyo de su contacto.
Creo que lo odiare. Eso es un hecho.
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