Tensa el arco, empasta las crines, toca en llave de sol. Se enfoca en la partitura frente a él, aun si, por el rabillo del ojo, nota el desencanto del hombre. Él va de un lado a otro y le recuerda el tempo con un chasquido de tres dividido en cuatro. Se desconcentra. No logra recuperar el ritmo y su mano derecha titubea. El profesor lo para en seco.
―Te pregunto una cosa, Alejandro. ¿A vos te parece hacerme perder el tiempo así? Es una pavada seguir un vals. Y no te quiero tratar de pelotudo, eh. Te lo digo para que lo tengas en cuenta, ¿sí?
Alejandro asiente y no dice nada más. Ya aprendió que no se le responde al maestro. Retoma dos compases antes de haber sido interrumpido. Respira sin perturbar el silencio que se ha formado en la habitación.
Y toca.
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Ayer música, hoy escritora. Ocasionalmente collagista. Estudiante de Artes de la Escritura.
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