No puedo dormir desde que te escucho.

Hoy te extraño tanto como lo hice ayer y el día antes de ayer. Ya se vuelve un hábito. Me atormenta estar con el corazón tan descontrolado. Me sacaste el hambre, el sueño, la esperanza y a cambio me diste un vacío que jamás voy a llenar, y tu existencia. Creo que eso es lo que más me duele: que existas. Que no sea un sueño o irreal. Tenés carne, alma y sos persona.

Hace más un año llevamos esta tortura culposa del análisis. Nadie dijo que sería fácil pero tampoco que se haría tan complicado. Yo no entiendo mucho de lo que me está pasando. Sé que estoy perdiendo la cordura (lo último que me queda de ella). Sé que tu nombre no deja de hacer sangre en mi boca a toda hora. Sé que estás impregnado en mi piel sin haberme tocado jamás. Sé que tu inteligencia y tu compromiso me tiene muy mal. Sé que es lo más doloroso que experimenté en estos veintiún años. Pero a su vez, no dejo de estar agradecida por haberte conocido. Me tiene con dolor de garganta el hecho de no poder hablarte de todo esto, todo el tiempo. Sos de lo único que quiero hablar. Me hace falta la palabra pero a su vez es una porquería. No me basta.

Hace unos cuantos veranos no amaba tan intensamente. Estoy muriendo en las manos de un hombre que no conozco.

Creo que jamás alguien me desordenó tanto como vos.

No tengo expectativas. No tengo planes. No tengo órdenes. Solamente tengo un cuaderno con mis sueños, la idea de que ahora estás durmiendo y mi intensidad. Nada más que eso.

Ojalá pronto decidas dejar mi cabeza. Todos a mi alrededor están enfermos de escucharme hablar sobre lo maravilloso que sos.

No estoy preparada para la semana.

No quiero enfrentar lo que siento.

Es muy agotador estar despierta con tu idea. Intento concentrarme en otras cosas y ahí es donde me doy cuenta que además de real, es serio: no logro dejar de pensar en vos en ningún momento.