Hombre absorbente e impaciente,
te lo llevaste todo.
Todo te llevaste.
No quedó nada,
ni siquiera las migajas,
ni el café amargo de tus ojos.
Tomaste todo,
todo lo tomaste,
sin miramientos.
Me despojaste de mi hogar
y arrancaste las flores
que brotaban de tus pequeñas dosis de ternura.
Te marchaste.
Llenaste las maletas,
azotaste la puerta,
contaminando el aire.
Ahora es denso,
lleno de abandono,
habitándome en la nostalgia,
pérdida en el olvido
que para ti significa mi nombre.
No me quedó nada,
nada me queda,
ni una sola gota de querer.
Mi sangre era tu vino favorito,
arrancaste mi piel con tus dientes
y me pediste moler mis propios huesos.
No tengo ni carne
para arroparme del frío que dejó tu ausencia,
ni el sostén para levantarme
a luchar contra la depresión
que quedó de este amor,
que solo fue tuyo.
No me queda nada,
nada me queda,
al menos nada tangible.
Mi alma convertiste en humo,
privándome de caricias futuras
y del consuelo de otro beso.
Maldito ser egoísta,
no me dejaste ser tuya,
ni amar,
ni ser amada.
Me quitaste todo,
todo me quitaste.
Me dejaste desnuda,
sin poder renacer.
Ni tu Dios,
que es el ser más piadoso,
se compadeció de mí
ni me dejó morir.
Ahora, ¿cómo puedo seguir con vida así?
Sin amor,
ni ternura,
ni fé .
No tiene sentido.
No tenías que despojarme de todo.
Podrías haberte solo marchado,
sin más.
Una vida sin ti era suficiente condena,
si es que querías hacerme daño.
Pero ¿por qué?
¿Por qué me dejaste sin nada?
¿Por qué sin nada de mí me dejaste?
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