No me sueltes, amada. Que sino, ¿quién soy? Abrázame esta pena que me cala los huesos y me vuelve extremadamente lenta. Sujétame, amada mía. Vayamos juntas, porque no diviso los azulejos. Azul, rojo, verde... qué más que eso. El café de tus ojos me mantiene en vela. No me sueltes, mía. No me dejes ir porque deberé vagar en el encuentro del calor de tus brazos y los latidos de tu pecho... Sujeta mis zapatos al pasto y no dejes que mire al cielo, sino, querré irme. No me creas cuando de mis labios salgan esperanzas y promesas, porque sabes, mi amada, que no seré yo. No me sueltes. No me dejes ir. Que soy mi propio huir.
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