Ese día él aparece, no siempre, es a veces. La curiosidad le gana, incluso con las palabras de mamá.
No lo mires.
Hay algo que la lleva a posar sus ojos de golpe, luego desviarlos; abajo, arriba, a sus pies. No es la única, todos lo hacen. Lo miran y fingen, al instante, no verlo. Como si fuera invisible.
Quizás lo sea, quizás quiera serlo.
No ve su cara, no llega a verla. Tiene una bola carnosa y peluda que crece en su estómago. Es enorme, le pesa y le cuelga. La piel se estira y retrae cuando pisa, apenas, sin poder caminar del todo. Un tumor, escucha por ahí, una deformidad. No lo sabe. El resto de él es un cuerpo escuálido, flotante bajo una camiseta agujereada. Ropa mugrienta, sin zapatos. Lleva una taza en una mano, con la otra sostiene la masa colgante.
Hay vagabundos por aquí, dice mamá. Pero no mires a ese, porque él sabe que lo estás mirando.
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