mobile isologo
buscar...

NO HAY NADA

Jun 27, 2025

144
NO HAY NADA
Empieza a escribir gratis en quaderno

                                                       NADA

 

No quise hacerlo. Juro que no quise, pero todo salió mal. Después dicen que el destino no existe… como si fuese lo mismo nacer en Recoleta que en la Villa Veintiuno. A mi viejo no lo conocí. A mí me crió la Pocha, allá, en el chaperío, en medio de tipos que llegaban de noche y se iban de madrugada, en medio de borracheras y olor a faso barato. La Pocha no medía lo que hacía, y las palizas que me daba cuando estaba puesta eran tremendas. Siempre descargaba en mí su vida en vano, sus años que se le precipitaban sin piedad y todos sus solitarios fantasmas. Cansado de las palizas y la invasión de desconocidos por las noches, una mañana abandoné aquella costra de injustas carencias.

Durante varias semanas deambulé por la zona de Capital pidiendo en los bares, hurgando en la basura y durmiendo en el piso de los cajeros automáticos. El invierno se hacía sentir con toda su crueldad. En las calles el frío duele. Una tarde recalé en la Estación de Constitución, donde conocí a otros chicos que hacían de los trenes viejos su casa, su refugio. Me quedé a vivir con ellos. Compartíamos todo. Al mediodía nos desparramábamos para pedir algo de comida en los bares de la estación y cirujear aquí y allá. Luego nos juntábamos a compartir todo lo conseguido.

Por las noches era distinto. Cuando el movimiento de gente se cortaba, salíamos de nuestros escondrijos y cruzábamos el desolado salón central para ir a robar a las casas cercanas. Raterear, obvio…

Andábamos por los techos y nos descolgábamos a los patios internos para llevarnos lo que encontrábamos: a veces ropa, alguna zapatilla, a veces una herramienta olvidada. En esa situación hizo su aparición el bendito pegamento, que conocimos por otro grupo de chicos que le daban como loco a la fana. Nos ofrecieron la bolsita y todos agarramos viaje. Ese día todo cambió. La fana nos arrullaba, nos sacaba el hambre, la soledad y el vacío interior que nos mataba de a poco. Ahora vivíamos solo para eso, para el pegamento. Salíamos desesperados a conseguir como sea las monedas suficientes para poder comprar el maldito tarrito y llenar nuestros pulmones con ese santo veneno que nos libraba de todo mal. A veces aspirábamos entre los vagones, pero la mayoría de las veces lo hacíamos en las plazas. Recuerdo un día en que una mujer se detuvo frente a mí justo cuando yo acercaba mi cara a la bolsa, y con lastima me dijo:

-Nene, por favor, soltá esa bolsa.

Puesto como estaba no le pude decir que no podía hacer eso, porque si la soltaba… ¿de qué me agarraba?... ¿de qué?... ¿de qué?... Si de mi vida ya no quedaba nada.

Roberto Dario Salica

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión