No hay estética en el suelo que me matará

Siempre he estado confabulada con el símbolo.

Quise una estética imprescindible: la imagen, la liviandad sana de ser personaje. Reconozco que mi origen artístico se fecundó lejos, en el otro, en un nido que no es mi continente. Otra ambientación sombría; la obra elegante, cómoda, europea. Siempre Europa.

Pero a medida que he comenzado a morir un poco más cada día, me releo, vuelvo a vivirme e inhalo una pizca de la cultura que armé, y Europa no me habita. Soy de otra extirpe. Nací con una sangre no evaporada, con las venas en tensión y el cerebro en alerta. Nací lejos del rol, lejos del protagónico. No hay estética en el suelo que me matará.

Ellos escriben hacia afuera, porque viajan y su mundo se compone de otro más grande. Yo siempre he viajado hacia adentro. Conozco la clandestinidad: en mi mundo no abunda otra cosa que la incertidumbre, el tiro que gatilla tu suerte en beneficio del otro. La noticia es un arma. Latinoamérica es una trinchera.

Yo no sé vivir a medias. No tengo otra vida donde reposar. Mañana es tarde: mañana pueden matarme, pasado pueden olvidarme. Siempre pueden, en algún descampado, silenciarme para siempre.

Las oportunidades están en otra patria; en otro estado hay estatus y soy alguien. Acá solo nací con el corazón empapado de sangre católica y conservadora, del hogar condicional que me creó. Pero yo siempre aspiro a más. Quiero desvivirme por una trascendencia que esté al alcance de una muerte. Mi pasión habrá dicho lo suficiente solo cuando esté bajo tierra, cuando sea polvo; quizá entonces mi corazón valga para algo más que una estética.