No es un buen final...

—¿Y tú qué haces aquí… no hay nadie más con vida aparte de ti?-preguntó Galeano.

—¿De qué hablas? No estoy sólo—respondió Eugenio, mientras una sonrisa se le dibujaba en el rostro—. Esto está lleno de vida… Aquí hay una fiesta. ¿Que no lo ven? Maleducados, aventureros de mierda que no saludan a mi gente cuando entran y llegan como si nada.

Eugenio se había levantado del banco, y comenzó a caminar hacia las mesas que había en el bar. Sus pies pisaron los fragmentos de vidrio. Galeano trató de detenerlo pero no pudo. Los tres pusimos una cara de dolor ante las pisadas del hombre en el vidrio.

—Martín y Eleonora—dijo, acercándose a una mesa y apoyando sus brazos en el hombro de alguien invisible—... Alberto y Antonieta-dirigiéndose a otra mesa-... la familia reunida…

Entre los tambaleos, pierde el equilibrio y se desploma, cayendo fuertemente al suelo. Galeano se apresura a ayudarlo, se agacha y pone una mano por detrás de la cabeza y otra en el hombro de Eugenio.

—¿Estás bien, cuánto has bebido?

El hombre abre los ojos, y se queda mirando al techo. Luego, muy despacio, dirige su mirada a los ojos de Galeano, y empieza a lagrimear.

—No es un buen final… ¿por qué?… ¿por qué?—terminó de decir, y se quedó estático, con los ojos abiertos.

El bar quedó en silencio. Una rara sensación me recorrió la espina. Una tristeza me invadió. Fue extraño, por un momento, por un segundo el dolor de cabeza y la enfermiza bruma desaparecieron de mi mente, y en su lugar, en lo único que pude pensar fue en una melodía. Una triste, melancólica y solitaria melodía, que se escucha muy a lo lejos, yéndose. Pensé en las tragedias de la vida y lo fugaz de vivir.

Y en el bar quedó su lamento.

—Fue un golpe traumático. Recibió daño encefálico… murió por una hemorragia cerebral—nos dijo Galeano.

Salimos del bar dejando la puerta entreabierta, y continuamos el camino.

—¿Por qué dejaste tu vino?—preguntó Irys.

—Es menos peso con el que cargar…—respondió.