"No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio"

El inicio de un nuevo año tiene algo de tramposo. Nos venden la idea de un renacimiento, como si el calendario tuviera el poder de barrer con nuestras penas y darnos una página en blanco. Pero, hermanos queridos, el tiempo no es un río que fluye con suavidad, sino un océano que nos rodea, donde cada ola es un recuerdo y cada corriente nos arrastra hacia lo que somos.

En esta época de brindis y promesas, uno se encuentra diciendo cosas como "este año será distinto". Sin embargo, la verdad incómoda es que no hay un nuevo año, sino un continuo: los días se suceden indiferentes a nuestras supersticiones, y somos nosotros quienes debemos decidir qué hacer con ellos.

Lo que importa no es la promesa del año nuevo, sino nuestra capacidad de mirar hacia adentro y encontrar algo que valga la pena. La grandeza de un hombre no está en las fechas que marca en su calendario, sino en las batallas que libra con sus propios demonios. ¿Qué es el tiempo, después de todo, sino una excusa para cambiar o para quedarse igual?

Algunos dirán que todo esto es pesimismo, pero no lo es. Es una invitación a la rebeldía, a no dejarse llevar por el calendario como quien sigue las agujas de un reloj sin preguntarse por qué. El año nuevo no nos dará nada; somos nosotros quienes debemos arrebatarle algo al tiempo, ese ladrón silencioso.

Así que brindemos, pero no por el año que comienza, sino por la fuerza de cambiarlo. Porque, en el fondo, el tiempo no es un enemigo. Es un cómplice que espera a que tomemos las riendas.

¿Y si este año no fuese el que nos cambia, sino el que cambiamos nosotros? Eso, sería un milagro digno de un brindis.