El peor amor.
Da igual que amanezca un día precioso. Da igual que la comida sepa a gloria o que florezca el rosal como nunca floreció. No importa la visita del buen amigo, ni el eclipse, y mucho menos la sonrisa de un vecino.
Por cada curva del camino, por cada piedra, por un bache diminuto. Quizás por no encontrar algo perdido. O por hallarte solo en algún destino; el caso es que llega la tristeza y se acomoda. Y se trae la maleta repleta de equipaje. Prendas siempre viejas y gastadas. ¡Qué fondo de armario! ¡Qué calvario!
Y uno se engancha.
Y en vez de conciliar el sueño el velar se enquista en un recuerdo. Cualquiera de los malos, que no son los menos.
Vence poco a poco el abandono, la desgana, la galbana, la falta de decoro. Uno da pena y se da pena.
¡Qué regalo generoso!
¿Para qué esto? ¿Para qué aquello?
Nadie me quiere... ¡y hacen bien! No lo merezco.
¡Ay, tristeza! ¿Viniste para quedarte? ¿O andas de paso?
Y la tristeza no sabe, porque ella no ha venido por su gusto, a ella la han invitado. Y es compañera cómplice y fiel que estará con uno mientras uno no le diga que se vaya, mientras uno la acaricie y en ella se regodee.
¿Es que te amo?
Lo que pasa es que nadie nos enseñó a despreciarla, a decirle ¡Vete a la mierda! Nadie nos puso al tanto de que ella no viene si no se la llama.
Y su oído es fino.
Pasamos la vida rozando el poste de la depresión. A veces entra por la escuadra.
Tristeza. Desilusión. Desesperación. Auto flagelo. Frustración.
Y uno odia. A sí mismo. Y desde ahí, al mundo entero. Y el odio destruye. Acogota. Mata.
La tristeza es una triste tentación.
¡Con la de tentaciones maravillosas que hay!
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