No quiero vivir más, no estoy viviendo. Solo existo.
Entre el olor a tierra, sudor, gente junta y apurada. ¿Hacia dónde se encaminan y toman rumbo? Con tantas ansias, como si fuese el último día y no se toman el tiempo de olerse a sí mismos, ni unos a otros, ni en la micro.
El pesimismo me espera en la sala de clases y en la casa. Y nada me mueve, todo me tranca. Ni la entrega de una buena o mala nota con las que mis papás se decepcionan.
Me resigno con algo que no me alcanza, y lo que no me alcanza es al revés. Porque no puedo, no soy buena en nada.
Ni contando, ni escribiendo y me trabo cuando hablo. No sirvo. Para nada.
Lo digo entre sinfonías que se pierden en el agua y que los peces escuchan, pero no entienden. O entienden, pero fingen para no tratarme. Porque no se asustan, no se sorprenden. Siguen su rumbo y no ponen atención. Nadando por una corriente que ni ellos mismos comprenden.
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