No es mi cuerpo, tengo miedo.

Tengo miedo de intentarlo y que todos me cierren las puertas, que me traten de tonta y traidora cuando no lo soy. Tengo miedo de que nadie me crea. De que me digan que sí, mientras se alejan progresivamente y yo no entiendo qué es lo que pasa. Y justifico sus actitudes, y creo sus excusas, y no me persigo: es decir, yo. La defensa de mí misma. Como justifiqué las de él y las de ellos, que se fueron basándose en él. Y que me estén mintiendo. Y que solo quieran sacarse el fardo de encima.

¿Cómo le van a hacer eso a una persona que está siendo abusada, que se los muestra y se los dice? (También se contradice, pero es parte de lo mismo). Todo con su filtro, mi voz hundida. Me encuentro con ese terror oscuro, profundo, sin retorno, irrevocable. Una noche sin luna, sin estrellas, sin tormenta, sin cielo adonde levantar la cabeza. Que apaga toda posibilidad, que detiene el alma en el vacío de un golpe seco y ya no hay más nada que hacer.

Ni siquiera podría sentirlo, pero ahora lo puedo escuchar. Simplemente sería que se rompe y deja el alma completamente vacía. El vacío rompe el alma repleta de vacío. Simplemente no escribiría. No buscaría imágenes que otras personas pintaron y diseñaron para encontrar algo de empatía. Simplemente mis pulmones se negarían a respirar y a enviar algún tipo de oxígeno al cerebro, y entonces ya no podría sentir ningún dolor más. Obedecería al infarto de mi alma. Sería el último hilo que me ata a la vida cuando vea que alguien me trata con lástima, con insinceridad. Cuando me dicen cosas solo para sacarse el fardo de encima.

Puedo escuchar, en el medio de mi cuerpo, un hilo tenso que trata de unir un pecho abierto y destrozado. Puedo escuchar el sonido del injusto rechazo rompiendo en mi corazón ese hilo tenso que lo apaga todo.

Una mente hundida en la desesperación de ver el mundo como una escena que se aleja, como si el sol se apagara de repente. Como hundirme en la más sombría oscuridad, plagada de pequeños fragmentos de vidrio en las paredes. Puntiagudas trampas. Solo observo cómo se desangran mis pies. Al acercarme a una pared, los vidrios puntiagudos y sobresalientes, con un brillo sobrenatural en medio de la oscuridad, esperan mis brazos, mientras el techo empieza a moverse lentamente hacia abajo con miles de diminutos y filosos pedazos de vidrio que esperan la llegada de mi mente abierta y neblinosa. No es mi cuerpo. Tengo miedo.