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No es la rutina, son las personas

Sep 18, 2024

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Pájaro, perro, rejas, grito y auto...

Pájaro, perro, rejas, grito y auto...

Repite Alberto mientras sale de su estado de sueño progundo la mañana del jueves.

Pájaro, perro, rejas, grito y auto...

Repite nuevamente cuando cual clarividente nos advierte lo que sucederá y se comienza a escuchar el canto de un pájaro.

Es Ilario, el canario de Carlota, la vecina del fondo, que todos los días religiosamente a las 7:35am comienza a cantar.

Quizás se crea gallo, un gallo mal configurado claro está, pero un gallo al fin.

Con el canto de Ilario comienza el ladrido de Checho, el perro que se supone que no tiene Ramiro, el nuevo vecino de al lado, en el PH donde no se admiten mascotas.

Esta orquesta nos lleva al ruido que hacen las rejas de la puerta de Rodolfo, el vecino de la vieja casona del barrio, que grita religiosamente todas las mañana por el bochinche que hacen el canario, el perro y hasta su reja y su voz, todo en conjunto.

Pájaro, perro, rejas, grito y au…

-¿Y el auto?- se pregunta Alberto. -Me está faltan...-

Casi como esperando su entrada en escena, podemos escuchar a lo lejos el R12 de Sergio. Se tardó hoy pero llegó a buscar a Mirtha para llevarla a su café con amigas de todas las mañanas en el bar del barrio.

-Bueno por fin pasó algo diferente hoy- dice Alberto mientras empieza con sus pequeños y controlados movimientos para desperezarse sin quedarse duro en el intento.

Se resfriega los ojos y puede notar como la luz del sol entra por la ventana. Después del concierto disonante de siempre, comienza el momento de tranquilidad y quietud que disfruta. Ver las enredaderas del patio a la luz del sol en abril parece ser muchas veces la única razón por la que se levanta.

-Bueno..... arriba-

Hace un movimiento calculado, seguido del quejido típico de su edad y va hacia la cocina para poner la pava para el mate.

Alberto es el jubilado promedio argentino. Vive con lo justo cuando le alcanza, toma mate, ve el noticiero y rememora tiempos mejores de un pasado que ya no existe.

Pone la pava, esa típica pava de metal que vio más fuego que agua, y la que cuenta las historias que se compartieron por tantos años.

Desde ya esas historias estarían inconclusas sin su eterno compañero, el pequeño mate enlozado que, si bien se aguanta solo lo que un sorbo de agua, es la medida justa como para que no se convierta en micrófono.

-Me meo- dice Alberto mientras va a paso ligero arrastrando las pantuflas por el piso.

¿A quién le habla Alberto? A nadie, vive solo desde que Justina, su compañera, partió la lado del barba o a un lugar más tranquilo si no son religiosos.

En el camino al baño, se toma solo un momento para mirar por el pasillo las fotos colgadas de Justina y del casamiento de ambos. Pareciera recordar nostalgicamente esos momentos felices, pero el tiempo apremia y tiene que llegar al baño.

Saliendo del este, la pava ya estaba lista. Prepara el mate y se sienta en la mesa dando inicio a su ritual matutino que lo une a todos sus pares jubilados, tomar el primer mate mirando al vacio pensando en todo. Tal como debe tomarse todo primer mate.

Si bien Alberto mira el noticiero, no le gusta VER el noticiero. No le caen bien los comentaristas nuevos que pusieron. Sin embargo, no es como los otros viejos, tal como él los llama, que solo comentan que todo tiempo pasado fue mejor. Solo no le caen bien los que hacer comentarios solo por decir algo sin aportar nada a las noticias triviales que le quieren vender.

Por eso, todos los días después de su ceremonia de desayuno se cambia y va al kiosco de diarios y revistas que queda a 5 cuadras de su casa. Asi logra tener un contacto con la realidad y no se enrosca con lo que le quieran encajar en el portal de turno.

Termina el último mate, se asegura que el gas quedó cerrado y va a la pieza a cambiarse.

Dejo la persiana arriba por lo que el sol ya calentó muy bien la habitación como para poder cambiarse tranquilo. La temperatura es importante en las personas de su edad y no está en edad de pasar frío.

En su armario añoso que va de pared a pared y de techo a piso, guarda toda su ropa del lado derecho. El lado izquierdo era de Justina. Ya no están sus vestidos, camperas, camisas y sweaters pero Alberto respeta su espacio todavía.

Abre la puerta del armario más cercana a la mesa de luz que siempre golpea el mueble por lo que se hace una marca más en las ya viejas cicatrices que muestra la puerta. Toma su pantalón favorito, su camiseta favorita y esta vez va a usar el sweater marrón que le regaló un amigo para su cumpleaños. Por último, termina su atuendo con sus clásicas medias 3/4, su pañuelo de seda que enrosca en su cuello y se pone los zapatos. Aunque vaya al Kiosco a 5 cuadras de su casa, no puede permitir que lo vean en pintas inapropiadas.

Se levanta de la cama con el típico quejido de los hombres y mujeres de su edad y se dirige a la puerta de entrada. Revisa de nuevo que el gas esté cerrado y se despide de Justina.

-Ya vuelvo eh- dice mientras va cerrando la puerta -cuidá la casa que ya vuelvo-

El día está hermoso. Abre la pequeña puerta de hierro que da a la vereda bordó de baldosas pequeñas y emprende el camino de siempre al kiosco.

De camino, ya ve el canasto alto de la basura con la misma bolsa que había dejado ayer. Se ve que no levantaron la basura anoche por lo que va restando su buen humor. En la segunda cuadra no se dio cuenta y piso un sorete de perro que un vecino no levantó.

-Aahg pero hay que ser hijo de puta- gritó mientras raspaba la suela de sus zapatos contra el cordón de la calle.

Trata de sacarse la mala energía que carga caminando las últimas cuadras al kiosco de Ramiro, el hijo de Arturo. Sin embargo, las cosas no mejoran. Una baldosa suelta llena de agua hace que se moje la mitad de su pantalón, un pájaro le caga el hombro y un repartidor de comida casi se lo lleva puesto cruzando la última cuadra que le faltaba. Con toda esa bronca llega a lo de Ramiro y le dice aprentando los dientes:

-Dame el diario-

-Hola, buen día primero ¿no?-

-Dale pendejo que no estoy de humor-

-Eeeeepa bueno no te calentes Alberto ¿Qué te pasa?- le dice Ramiro mientras sale un poco del puesto de revistas para tener una mejor conversación con su amigo.

En ese momento ve la cagada de pájaro, el pantalón mojado y el zapato manchado.

-Aaa... un mañana de mierda. Entonces ni leas el diario-

-No va a ser nada diferente de lo que ya viví-

-¡ha! ahí tenes razón-

Ramiro no quiere meter púa pero bien podría aprovechar para sacarle el cuero a Alberto. Su equipo de fútbol perdióo ayer otra vez y ya suma 5 derrotas en lo que va del torneo. Si siguen así seguramente desciendan. Además, todo lo que le pasó y puede ver en estas 5 cuadras desde su casa hasta acá podrían ser motivo de risa para él. Sin embargo, no le gusta verduguear a sus amigos cuando no están con humor para reirse de sus miserias.

Se enfoca en la transacción que le pide su amigo y deja de lado la cargada.

Alberto se da media vuelta y se dispone al camino de regreso a casa pensando en cuántas cosas más podrían pasale en estas 5 cuadras de regreso.

-Pará- le grita Ramiro- ¿No me vas a aceptar ni un mate?-

Alberto resonga pero es un argentino de ley. Por más que su día sea una mierda no puede negarle el gesto fraternal a quien él considera un amigo.

-Bueno dale, pero más te vale que no sea dulce-

-Naa quédate tranquilo, es amargo como vos-

Así Ramiro logra sacarle una sonrisa a Alberto. Ya recuperó su buen humor.

Después de un par de mates, Alberto ya está en condiciones de reírse de lo que tanto lo enojó minutos atrás.

-¿Podés creer que mala leche? encima ese pájaro de mierda... mirá ojalá se lo coma algún gato de estos que joden todas las noches maullando sin parar-

Ramiro se rié pensando en qué culpa tendrá el pobre pájaro para recibir tal castigo pero más se ríe de las ocurrencias de su amigo.

Ya Alberto volvió a ser el de siempre, le saca un par de carcajadas más a Ramiro hasta que se acerca otro cliente.

Ramiro retoma la compostura, se limpia la garganta para poner voz de kiosquero y Alberto sigue ojeando el diario.

-Buenos días- dice la Sra. sonriendo

-Buen día ¿cómo puedo ayudarla doña? ¿quiere la última edición de "Tejer"? ahora viene con mejores moldes de tejido- dice Ramiro asumiendo que es la única compra que puede hacer una mujer de su edad.

Ramiro es una buena persona, solo es pelotudo a veces.

-Mirá querido te la dejo pasar porque se ve que tenes buenas intenciones. La próxima vieja a la que le digas eso, puede que no esté tan tranquila-

Ramiro quedó helado. Recién ahí se dio cuenta de la cagada que se había mandado. Alberto se ríe sin levantar la mirada del diario pero sabiendo que su amigo debe estar pálido como una hoja.

-No, discúlpeme Sra... dígame qué necesita-

-Dame el mismo diario que el Sr. y... ¿tenés la colección de libros de filosofía del diario?-

-Si, ya está en el tomo III pero creo que tengo los anteriores por algún lado. Déjeme que busco-

-Dale, hoy te llevo solo el primero y el diario-

Mientras Ramiro busca el libro, la señora mira las revistas al rededor y se detiene en Alberto a quien solo le ve la frente y la pelada atrás del diario.

-Acá está- exclama Ramiro - Acá está señora..... uuu el primero es Platón. Nunca lo entendí. No sé por qué la hacen tan difícil la verdad.-

La Sra. se ríe ante la sinceridad de Ramiro y recién ahí Alberto demuestra ser más que la estatua en homenaje al jubilado que lee el diario.

-Eso es porque sos medio bruto. Si le dieras tiempo lo entenderías- dice medio entre risas

Ramiro ya se está arrepintiendo de no haberlo jodido antes.

-No te preocupes nene. Hay personas que van a la universidad y ni saben lo que dice. Si querés te explico un dia.-

Alberto baja el diario dispuesto a sacarle más el cuero a Ramiro y como si hubiera omitido su existencia, recién ahora nota realmente a la Sra. Se percata de que no era cualquier Sra. Era....Es Maria Elena, su compañera de la facultad de lo que pareciera ser una vida atrás.

Alberto se para de repente, se le cae el mate. Ramiro queda asustado. Nunca vió a Alberto moverse tan rápido.

-Maria Elena... ¿sos vos?- exclama estupefacto

Ella estaba examinándolo desde que se levantó tan rápido. Nunca había visto a una estatua moverse tan rápido.

-No te puedo creer- dice Maria Elena

Alberto ilusionado apenas logra emitir palabra

-¿Te acordás de mí?-

-No, mire Sr. la verdad que no pero esperaba que me lo dijera usted ahora- dice ella entre risas

Alberto no puede contener la risa. En parte es alegría y en parte es la confirmación que necesitaba, efectivamente se trataba de Elenita.

-¿Seguís igual que como te recuerdo! soy Alberto de filosofía y métodos Cátedra Rito, ¿te acordás?-

Maria Elena medita unos minutos que se sintieron horas en la incomodidad de Alberto. Ramiro viendo el encuentro como si tratara de una pelicula solo le faltaban los pochoclos para completar la escena.

El recuerdo llega, la espera termina y el sufrimiento para.

-¡Beto! Mirá cómo me voy a olvidar así de vos che... qué vergüenza,discúlpame. Che ¿estás más gordo... y pelado- dice entre risas Elenita

-Mirá yo soy un caballero asique me guardo los comentarios-

-¿Te pensás que no sé que me cuelga la papada como a Gloria la bibliotecaria del piso 3?-

Ambos rompen en carcajadas recordando juntos pero separados todas las anécdotas que los encuentran en Gloria.

-Che ¿cómo estás? Te desapareciste un día y no supe más de vos-

-No era para mí la facultad. Me fuí por ahí trabajando de lo que podía o le ponía ganas ¿vos?-

-Cuando terminé la carrera tuve algunos laburos buenos, otros no tan buenos y ahora ya no trabajo-

Ambos se quedan hablando un rato al costado del kiosco de Ramiro en los banquitos que él les prestó.

-Que bueno verte Beto. Espero que sigas bien- dice Elena ya preparandose para la partida

-Igualmente Elenita. Che... ¿y si nos juntamos mañana a la tarde a tomar un café? El bar de acá del barrio está lleno de viejas chismosas pero las medialunas son espectaculares-

Alberto lográ sacarle otra sonrisa más a Maria Elena antes de levantarse del asiento

-Dale, me parece bien-

Ambos se paran con lentitud. La dificultad que les trae su edad y lo bajo de los banquitos no está en su favor y ya no hay espacio para movimientos repentinos como los de hace un rato.

-Nos vemos mañana-

-Nos vemos-

Ambos se despiden de Ramiro y se van cada uno por su lado.

Beto vuelve a pisar la baldosa, se vuelve a mojar. Pisa otra vez un sorete de perro, esta vez es otro y llega a su casa.

No se molesta tanto, el buen humor que tiene compensa todo.

Deja los zapatos en el lavadero, va a la pieza, se saca la ropa, va al baño, se baña. Se pone el pijama, deja la dentadura en el vaso con agua de la mesa de luz, apaga el velador y se dispone a dormir.

-Hoy fue un buen dia negrita- le dice a Justina- mañana va a ser mejor. Hasta mañana-

Bel Sánchez

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