No es él, es ella. Ella.

Hay momentos que te rompen el corazón.

Y después están esos otros, más silenciosos, más sucios, que no lo rompen: te lo hunden.

No fue su compromiso. No fue la noticia en sí.

Fue la forma en la que no lo dijo.

En la qué me enteré

Como quien pide otra copa.

Como quien no recuerda que un corazón entero alguna vez durmió en su cama.

Él se va a casar.

Con ella.

Y entonces, como quien se desangra de a gotas, pensé:

No es él. Es ella.

Ella con su pelo luminoso de editorial.

Ella que combina perlas con mocasines sin esfuerzo.

Ella que probablemente no dice “te amo” borracha en la madrugada mientras la ciudad duerme

Ella que no escribe versos porque nunca le faltan las palabras.

Ella que no tira los zapatos cuando se va acostar

Ella que, seguramente, no ama con el estómago sino con el decoro.

¿Por qué a veces sentimos que nos reemplazan con alguien “mejor”?

¿Mejor para él? ¿Mejor para sus padres? ¿Mejor para las fotos?

¿Acaso el amor es una audición que no pasé porque dije algo demasiado alto?

¿Y Si no fue lo que me faltó, sino lo que me sobró?

¿Demasiado fuego, demasiada risa, demasiada honestidad?

¿Por qué duele más ella que él?

¿Por qué cuando lo perdemos no nos preguntamos qué tenía él, sino qué tiene ella que yo no?

Y eso pesa más que todo el amor propio del mundo.

No me destruye que él se case. Me destruye que ella sea la elegida.

Con sus dientes blancos, su blazer sin arrugas y esa calma que parece una mentira perfecta.

Y entonces vuelvo al espejo, una y otra vez.

¿Será mi pelo? ¿Será mi caos? ¿Será que no sé hacer un almuerzo sin drama?

¿Será que no sé ser ella?

No quiero ser ella, pero igual me duele no serlo.

Quizás el peor desamor no es que él no te elija.

Es que elija a otra.

Y que esa otra no seas vos en otra vida.

Sino vos con todo lo que él hubiera querido que seas.

Y entonces te das cuenta:

No es el amor lo que te parte.

Es el espejo.

El que te muestra que no hay forma de ganarle a una fantasía.

Porque, ¿Acaso ella es una persona o una idea?

Pero

me dí cuenta de algo que no quería admitir:

no es que quiera ser ella

porque no me guste quien soy.

Es que él no me quiso a mí.

Y la quiso a ella.