«No nací del marketing, vengo del arte. Y aunque sigo comunicando, quizás eso sea mi diferencial.»
Llegué al mismo lugar, pero desde un camino distinto
Durante mucho tiempo pensé que mi formación en arte no serviría para nada, si no elegía ser artista. Pensé que mi mirada artística y creativa era una especie de desvío. Algo lindo, intenso, pero alejado del ‘mundo real’.
En un mundo que exige resultados inmediatos y medibles, yo, en cambio, venía de otro lugar. Uno donde lo importante era el proceso, la construcción identitaria, donde cada decisión tiene una razón simbólica, donde hasta lo invisible y el espacio en blanco era un decisión que también comunicaba.
Y aunque durante años creí que yo tenía que “cambiar el chip” para adaptarme a otras disciplinas, con el tiempo descubrí que justamente esa sensibilidad era mi mayor fortaleza. El tiempo pasó y así entendí que fue mi mejor escuela para entender la comunicación como lo que realmente es: una forma de transformar lo que sentimos en algo que otros puedan ver, entender y recordar.
El arte me entrenó para observar más allá de lo evidente, a hacerme preguntas antes de resolver. Me enseñó a conectar con un público desde la fuerza de su mensaje para perdurar más allá del consumismo. Y estas son las marcas con las que quiero trabajar: las que trascienden, las que se vuelven únicas. Las que no solo cubren una necesidad o solucionan un problema. Sino que generan deseo con sentido y se convierten en parte del código cultural-social de la vida cotidiana.
Aprendí algo mejor que vender
Con el arte no aprendí a vender. Pero creo que aprendí algo mejor: ese "mirar con atención", a leer símbolos, a construir con intención, a anticiparme a lo que viene. Aprendí a priorizar el mensaje y el concepto, y entender que la forma (estética o técnica) es el camino que lo pone de manifiesto. Entendí que toda creación tiene capas, contexto y una voz propia. Y aunque por años creí que eso no me llevaría a ningún lado, hoy es lo que me distingue cuando pienso estrategias, marcas y mensajes.
No aprendí a vender. Aprendí a observar, posicionar y atraer. Y eso lo cambió todo.
Esa mirada me permite construir mensajes con profundidad. Preparar el terreno para las ventas. Alejarme de lo superficial. Desarmar las fórmulas del marketing tradicional para crear una comunicación que no solo busca llamar la atención y cumplir objetivos, sino dejar una huella. Dejar una huella más allá de las características de un producto construye reconocimiento, recordabilidad y resonancia en las audiencias. Busco ese engagement social-emocional que nos permite trabajar la afinidad.
Porque cuando algo está hecho con sentido, se nota. Y se siente. Entonces no fue un desvío. Fue una preparación. Una base que me dio perspectiva, sensibilidad y criterio. Y que hoy, aplicada a la comunicación creativa, se convierte en mi diferencial.
Construir sentido: identidad, símbolos y mensaje
La comunicación creativa no se trata solo de cómo se ve algo, sino de lo que eso significa. Por eso, cuando pienso en la comunicación para redes sociales, decido no priorizar los colores o las plantillas, mucho menos "los 3 tips para...", sino hacer foco en el corazón de la idea. Y hablar desde el propio ADN. Lo simbólico, lo invisible, lo que se intuye antes de leerse. Lo que se construye antes de empezar. Eso que hace que un mensaje deje de ser solo diseño o subirse a una tendencia para volverse identidad.
Acá cada forma transmite, cada elección —visual, audiovisual o textual— tiene una carga que debe impactar directamente en el propósito comunicacional: conexión. Y que si esa elección no tiene intención, probablemente tampoco tenga impacto. Como en el arte, en la estrategia de marca nada es accesorio (o al menos así debería ser): todo construye sentido.
Ejemplos hay muchos, pero los más logrados son los que conquistaron parte de nuestra vida cotidiana:
Coca-Cola no nos vende solo una bebida. Comunica felicidad, unión, momentos compartidos. Coca-Cola es un lugar en la mesa que vuelve especial esa reunión. Cada pieza de su comunicación —desde la paleta cromática hasta el tono emocional— está diseñada para evocar una sensación reconocible. Lo mismo sucede con McDonald's: las hamburgueserías son comunes, un código cultural hecho de experiencias, símbolos e imaginario colectivo no lo es.
¿Qué tan fuerte tiene que ser una identidad para que sea lo primero que pensamos cuando buscamos algo especial?
Eso es construir sentido. Y eso solo puede hacerse desde una visión que priorice el mensaje por encima del recurso. No es azar, no es solo branding visual: es comunicación simbólica y emocional.
Este tipo de marketing no busca respuestas inmediatas, sino conexión real. El fin no es caer simpático, sino resonar. Pero resonar también debe adaptarse al Fast Content, a ser parte de la vida de la audiencia sin molestar demasiado. Hay que buscar el equilibrio. En un contexto donde todo parece efímero, hay que reconocer que una marca memorable no se construye en una tarde, se construye en cada interacción, en cada mensaje que se vuelve coherente con lo anterior. Las marcas que eligen comunicar desde este lugar son las que logran posicionarse en la memoria y, más importante aún, en el afecto de quienes las rodean.
Entender esto fue clave para desarrollar mi visión: cuando una marca tiene identidad, puede comunicar sin gritar. Puede inspirar sin forzar. Puede ser reconocida sin necesidad de seguir fórmulas y estándares. Puede volverse diferente. Porque la verdadera diferenciación no está en tener “algo nuevo” cada semana, sino en tener algo propio y profundo que sostenga todo lo que venga después.
El proceso evolutivo
No fue un desvío sin sentido. Fue una preparación. Ese tiempo observando, creando, interpretando, analizando y resignificando desde el arte no fue una pausa. Fue una especie de entrenamiento para ver más allá de lo inmediato, y que hoy esa mirada me permita construir mensajes con intención, sensibilidad y profundidad.
Entendí que en realidad no quería ser artista. Pero tampoco CM o publicista. Entendí que comunicar no es solo generar contenido, sino crear un mensaje que tenga sentido, que conecte y que deje huella.
Entendí que quiero aplicar lo aprendido en dos mundos diferentes para crear un mundo nuevo. La comunicación creativa, necesita tiempo, pensamiento y emoción.
Por eso cuando acompaño una marca, no ofrezco diseños, no busco gritar más fuerte. No busco postear más, sino construir mejor. No empiezo preguntando qué vendés, sino qué querés decir. Porque ahí empieza todo.
Ahí empieza todo. Buscando una historia que contar.

Strunk
La palabra se explica con palabras, retrata y desdibuja, siembra duda y garantías. Habitar y explicar el mundo; y al mismo tiempo: producir cultura.
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