Me dijo
que no hace falta ponerle el corazón a todo,
como si el alma se pudiera guardar
en una caja sin nombre,
como si sentir fuera una exageración.
Me repitió
que eso confunde a la gente,
como si la ternura fuera un idioma
que solo causa malentendidos.
Pero yo nací
con las manos llenas de luna,
con la costumbre
de dejar alfajores en los umbrales del dolor,
como quien planta flores
en patios donde nadie entra.
Me dijo que era raro,
como si ser distinto
fuera una grieta en la lógica.
Y por un segundo
quise esconder la raíz,
quedarme quieto,
no florecer más.
Pero mi pecho sigue horneando soles
para los que caminan nublados.
No sé amar en cuotas,
ni dar sin dejarme un trozo.
No hace falta ponerle el corazón a todo,
me dijo.
Pero yo ya soy todo corazón,
y prefiero doler
antes que desaparecer.
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