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    7/10

    Pies descalzos tuve cuando dibujé y pinté un dibujo en segundo grado. El bullicio de niños se apagó progresivamente alrededor mío. Fue la primera vez en mi vida que me registro concentrada en algo. Lo recuerdo como ayer. En otros momentos siempre me estaban molestando y abusando de mi atención. Pero en ese momentos los colores se encendían y hasta que no terminé el último trazo no paré. Me volvió a pasar otras veces que pude hacerlo muy bien con cosas complejas en situaciones más difíciles. Se me ocurren las práctixas y la garra que le puse a esa tarea. La energía atención y profundidad que le dediqué a mis prácticas me enseñaron más que toda la carrera y pude comcentrarme sin que cualquier estímulo despertara mi estúpida y continua sensibilidad. Deseamos quizás lo que nunca nos mostraron y nos duele poder hacerlo solo en condiciones tan extremas. Gracias a esos aprendizajes hoy estoy pudiendo hacer lo que puedo bien ante un aula muy difícil, a pesar del dolor y la pérdida total de sentido. No es lo mismo hacer las cosas normal que tener un dolor en el pecho que lacera de manera casi constante y es cada vez peor y solo querés que termine. Es el último suspiro de un corazón que navega por el desgarramiento de los ríos de sus heridas y sigue muriendo con el correr de los días. Ojalá fuera solo el dolor sano de un corazón roto, como dice nuestra querida Taylor, pero es todo. En mi interior y en el exterior. Les trato de mostrar que si tienen dónde apoyar los pies y los que eligen suyos los abrazan tienen futuro, aunque ellos piensen y me digan que no.

    Notas erráticas que intentan dar cuenta

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