Niñez

Aún la escucho correr en cada pasillo, 

reírse a carcajadas por cosquillas,

apreciar cada detalle del mundo, 

deslumbrarse por lo más insignificante para los adultos,

leer al firmamento a escondidas.

Todavía colecciona piedras, flores, corazones, hojas o estrellas, 

me las entrega a manera de ritual, 

para que las guarde en la infinidad de mis bolsillos, 

para que luego ella los ponga en su diario, 

atesorando cada instante especial.

Le gusta sentarse en el asiento con ventana en el avión, 

su corazón brilla cuando todo es diminuto, 

cuando la música viaja por sus venas,

cuando sus ojos capturan momentos dignos de retratar,

puesto que todos ellos tienen una belleza,

que nada,

 ni nadie,

les puede arrebatar.

Sigue sonriéndole a la cámara,

no teme mostrar sus dientes de tierna leche,

dibuja lo que imagina, así sea muy alocado, o mundano, 

sin miedo,

como ella quiere, 

el ritmo la guía en este viaje,

sin necesidad de convencer a alguien.

Es curiosa y fantasiosa,

le gusta vivir en su propio mundo, 

donde ella siempre está feliz, 

y las preocupaciones son recónditas, 

puede quedarse meditabunda admirando el verde de los árboles, 

o las extrañas formas de las nubes por horas, 

porque allí, 

nadie tiene prisa.

Y es ella en ese instante inocente, 

quién me toma de la mano, 

mirándome a los ojos, 

con tierna sonrisa, 

secando mis lágrimas vibrantes, 

producidas de tanta nostalgia reprimida, 

diciéndome con su mirada que todo irá bien, 

abrazándome fervorosamente, erradicado todos mis males.

Siento que el sueño acabó, 

aún así, 

ella vive dentro de mí, 

me acompaña en cada paso, 

sin soltarme, 

recordando siempre que esta película es corta,

así que tengo que hacerla interesante, 

y,

debo tener paciencia,

con quienes aún no conectan,

con aquello que los hizo tan felices.