Si tú
vienes a mi,
a regocitarte engalasando a tu compañía,
sé
que algo duerme dentro tuyo
de imperiosa nostalgia,
de inmadura actitud.
Y en ese vaivén
de comentarios
facsímiles a las de tus criadas,
proyectas en mi
una nueva versión tuya,
nunca antes vista
e irremediablemente, esta noche,
por volver a verte,
recorrí todas las versiones in mente de tu persona.
Y así pasé de la ingenua Rosaura, joven de lirios blancos, quien gustaba de bailar en los bailes de aniversario, trepada en la alegría de ser joven y libre.
La enamorada Rosaura, que posaba en mi sus ojos celestes, inmaculados. Tú sabes que aquellos días fueron los mejores, y aún estamos ahí, riéndonos en el amanecer.
Y para que hablar de lo siguientes cinco años de ensueño, en los mares azules de una playa carioca, cometiendo el error de pasar tus horas entre martinis secos y mis ojos color olivo.
Lo siguiente (y vos lo sabés), me duele mucho, así que no lo plasmaré en estas hojas.
Ni ojivas nucleares abrirán
las cicatrizadas heridas.
Pero esta noche, estamos tu y yo,
y todos lo demás,
y nos quedamos en silencio,
y vuelve tu aclamado esposo
(¡Ay que incomoda situación!)
y te vas.
Pero esta vez,
al irte nuevamente,
ya no te extraño.
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