Ni libertad, ni amor

No somos libres porque no tenemos la libertad de elegir a quién amar, qué amar

solo amamos confiando en que nuestro sentimiento hacía esa persona realmente es amor, creemos que lo es

El amor no tiene precio

no lo creamos, no lo adquirimos, no lo instalamos

solo lo sentimos y ya, sin saber de dónde surge ni desde hace cuánto tiempo está

Por eso no somos libres, no es nuestra decisión amar o no amar, aunque pensemos que sí lo es

que lo consideremos como una expresión de magia aunque no creamos en hechicería

y luego, cuando la magia se acaba, que nunca estuvo en primer lugar, implementamos brujeria oscura en contra de Cupido

Pobre Cupido, aquel que ya se agotó de ver corazones rotos,

fruro de una utopía imperfecta, intangible, insensible,

A la que llamamos amor

Porque no somos libres, no elegimos a quién amar

la mayoría de las veces amamos a quién no nos ama (aunque cree que lo hace) y no amamos (porque no podemos) a quien sí lo hace

Cada quién ama a “su manera” pero nadie asegura que “su manera” sea amar

porque podemos decidir con quien compartir nuestro tiempo, desayunar los domingos, confiar nuestros sueños y manifestar la lujuria insaciablemente, pero luego no sabemos si la amamos

Era más fácil cuando de niños había una persona

que acaparaba toda nuestra atención en el colegio, eso ya pensabamos que era amor

ir a estudiar emocionado por verla aunque sea un par de horas, por escucharla

y un día que se ausentaba, el aula se sentía una prisión y ya no entendíamos ni de matemáticas, ni de ciencias, ni de literatura

(si supiéramos que esa desilusión no sería nada ante el desamor sufrido en la vida adulta...)

Convivimos con la ambigüedad de si amo o no amo, como si fuera el gato de Schrödinger, aunque en este caso siempre está muerto

Pero, un poco inocentes y un poco esperantistas, pensamos que está vivo, lo mantenemos con vida al coste de confiar en nosotros mismos

Sin considerar que si no nos amamos jamás confiaremos, al mismo tiempo que si no confiamos no nos podemos amar

Por esa razón me detesto...

Por esa razón detesto el amor