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Ni Edipo ni Electra: Quiero reemplazar a los objetos sin vida

Nov 14, 2025

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Ni Edipo ni Electra: Quiero reemplazar a los objetos sin vida
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Monólogo Psicológico - Filosófico

Envidia

Tengo una envidia considerable.

Son estos objetos —piezas artísticas, telas, aperitivos— que no poseen vida humana, pero aun así encarnan un apego. Por eso, a mis ojos, resultan temerarios.

Erotizo que sean elegidos por la simple cualidad de ser funcionales, inmutables, impecablemente ellos mismos.

Una tela —que además impregna aromas colosales— puede causar impresiones y sentimientos de magnitudes distintas en la persona que deseo.

Y su aroma se fusiona con una identidad: la del que la eligió.

Ninguno posee vida alguna: ni las texturas, ni los aromas, ni los sabores.

Sin embargo, activan circuitos cerebrales y despiertan sentimientos en cuestión de segundos.

Avaricia

Yo, como observadora, también podría ser creadora de alguno de estos “objetos de deseo”.

Tendría la ínfima posibilidad de crear uno del mismo calibre —si acaso tengo vida suficiente— con la virtud de cortejar aquello que no puedo desde la complejidad de mi humanidad.

Porque ¿qué es la humanidad frente a aquello que puede ser poseído sin compromiso alguno?

El objeto, en su naturaleza, se remite a dar pero solo lo que porta desde su creación.

Es la simpleza de ser deseado por el único valor del ser.

En ese intercambio, no hay bruma ni drama.

Pereza

Por eso existe la inmensa probabilidad de que mi alma —o mis pulsiones que imploran integración— nunca puedan fusionarse plenamente.

No sin antes, como dicta la psicología humana, haya alguna dinámica de poder o un intercambio de valor, quizá distorsionado desde edades tempranas.

Toda relación humana es compleja: busca definir al yo, sea por proyección o reflejo.

Los objetos, en cambio, son elegidos sin preámbulo.

Ira

Y en esta experimentación del deseo a través de la creación, quizá termine siendo arquetipo o proyección del “haber creado” o del “haber sido”.

Un todo. Fantasioso tal vez, inventado quizás, pero nunca un “soy esto y nada más”.

Esa comunión —lo no vivo con su dueño— es ridículamente apetecible para algún rincón irreconocible de mi psique.

Por eso sí: puedo envidiar a objetos que nunca seré:

• telas que rozan una piel,

• postres que se fusionan con el degustamiento,

• composiciones artísticas que tendrán el eros de la gente como nunca lo tendrá el fruto de mi existencia.

Soberbia

Y entonces surge la pregunta:

Para fusionarme con mi propio objeto de deseo, ¿qué debo valer?

¿Más que un cuadro, pero menos que una droga, para no despertar una dinámica de poder?

También puedo consagrar una obra que lleve mi sangre artística y mi deleite.

Pero en el proceso, mi creación será una distorsión por la pasión del deseo.

Se verá envuelta en transformaciones circulares —cuando morí en el replanteamiento y surgí vivamente en una obra que lo comprende— para luego ser moldeada.

¿Me eligen a mí entonces, o poseen la obra que recibe sus proyecciones?

Sí. En definitiva, siento envidia.

Lujuria

Pero, al mismo tiempo, del resentimiento obtengo una suficiente erotización ambiciosa como para engendrar aquella obra que, al menos, me permita fusionar una parte de mí con quien me desee por extensión de mi objeto.

Siempre y cuando no muera antes de crearla, y la receptora viva lo suficiente como para, en una infinidad de instantes, finalmente deleitarse.

Milagros Gomez

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