Ni dueña de mi cuerpo

Me aterra ser huésped.
Estoy exiliada de mi propio nacimiento,
mecanizada por orden natural a ser la sucesión
de humanidades aún más putrefactas.
Vendrán infectadas, pisarán mi tierra,
serán del enjambre de mi raíz y origen,
comerán de mi carne y no sabrán mi nombre;
son los hijos de mi muerte.
No sabrán distinguir el sabor de mi corazón
de los sesos del cerebro que usé para escribir.
Ellos lo saben. Yo aún lo racionalizo.

Soy huésped de una pulsión,
un desarraigo de lo humano,
un mecanismo reproductivo.
No hay instinto que no comulgue
con la verdadera naturaleza que me aterra.
Ni identidad, propósito, ni fe espiritual.

Hoy soy generación, luego la composta.
Pisarán mi tierra, cultivarán en mi fertilidad
la posteridad de una civilización que, prontamente,
incluso sus modismos mecánicos y reproductivos
verán morir a su instinto.

Incluso más solos y aislados,
quedarán a una pantalla
eternamente abrazados.