mobile isologo
    buscar...

    Necesito dejar de fumar

    Jul 4, 2025

    210
    Necesito dejar de fumar
    Nuevo concurso literario en quaderno

    Fumamos y las nubes nos ignoran.

    Charles Bukowski

    Cada pitada era un paso más hacia la muerte. La nicotina alimentaba el cáncer que aguardaba en mis pulmones. Preparado para comerme vivo desde adentro. Ya lo había dejado una vez. A base de café y mate durante el verano. El ansia venía y yo la asesinaba con brebajes sanos, aunque el método no tenía nada de saludable. Vicio por vicio. Me pasaba todos los días temblando. Acelerado. Como si el ritmo de mi vida estuviera siendo reproducido en cámara rápida. 

    Después de aquel poco convencional proceso todo volvió a la normalidad. Respiraba mejor y podía apreciar el gusto de las cosas. Sin embargo, todo lo que se cura, luego recae. Semanas y semanas de estrés y ansiedad me obligaron a volver con el Rey Tabaco. Retorno al pabellón de los condenados a muerte. No fue hasta hace unos meses que intenté dejarlo de nuevo; abandonar sus prados llenos de ceniza y cigarrillos mojados. Ahí fue cuando las cosas se pusieron feas.

    Algo comenzó a seguirme. No podía verlo, pero estaba acechando. Al principio en la distancia. Sentía su presencia desde lejos. No se acercaba a mí, tan solo esperaba. 

    Trabajaba como mozo en un bar. Siempre que me tocaba atender las mesas de afuera lo hacía con inquietud. Cada cinco segundos giraba la cabeza en dirección a la esquina de una de las calles. Nada, pero a la vez un todo. Entidad. Hasta el día de hoy me convenzo de que se trataba de eso. No creo en lo sobrenatural, pero mi escepticismo llega a límites muy delgados. 

    Ese primer momento no alteró mi vida. Suponía que mi paranoia era sugestionada por la abstinencia. Pero todo empeoró pasadas las semanas. Comencé a notar que estaba más cerca. Seguía sin moverse, pero su proximidad me aterraba. No sabía lo que quería. ¿Y cómo iba a saberlo? Ni siquiera existía. 

    Me juntaba con amigos en el parque. Yo solo tomaba mate. Ellos se acompañaban con cigarrillos. Me di cuenta de la cantidad de gente que fuma. Es como una extensión de sus cuerpos. Un pequeño cilindro sujeto a los dedos, cargado con veneno. Yo sabía que mataba, pero por dentro quería morir. 

    Notaban mi nerviosismo. Me preguntaban si estaba bien, a lo que yo contestaba que sí. Fingía un bienestar amable. Eso seguía ahí, mirándome. Petrificado. Sabiendo que yo me daba cuenta de su presencia. Jugando conmigo. Haciéndome comprender que tarde o temprano comenzaría a dirigirse lentamente hacia mí. 

    Y dicho y hecho. Empezó a caminar en mi dirección. Nunca llegaba a destino. Su andar era pausado y rígido. A primera vista parecía fija y firme en su posición, como si continuara petrificada. Pero, pasados unos segundos lo notaba. Se arrastraba. Tenía la leve sospecha de que nunca se detenía. Siempre que volvía a encontrarla, podía notar sus ansias, diciéndome: “No voy a descansar nunca; voy a comerte desde adentro, músculo por músculo, órgano por órgano, hueso por hueso.”

    Había visto una película tiempo atrás que se asemejaba a lo que estaba viviendo. En ella una especie de criatura que tomaba la forma de personas muertas caminaba incansablemente hacia sus víctimas. Todo se generaba por una maldición que se pasaba de una persona a otra mediante el encuentro sexual. ¿Fumar era como tener un orgasmo? Quizás. El mareo placentero del primer cigarrillo matutino se parecía bastante.

    Empecé a verme tentado a sucumbir. Quería fumar. No. Lo necesitaba. Era una cuestión de vida o muerte. Entraba a los quioscos y miraba la pared plagada de atados. Colores y formas variadas. Pequeñas tarjetas de invitación al negro total. 

    Salí un tiempo con una fumadora empedernida. Parecía un tren a vapor. No es chiste. Respiraba toxicidad en vez de aire puro. Me caía bien. Sexo espectacular. Charlas sin sentido, desnudos en la madrugada. Pero tuve que irme. La cosa apareció un día en el baño. Se acercaba más deprisa. Nunca más volví a ver a esa mujer. 

    La marihuana no servía para sustituir el ansia. Me permitía escapar por unas largas y breves horas, pero nada más que eso. Gracias a ella pude ver la verdadera forma de la entidad. Si es que se puede definir como forma. Era una y varias cosas a la vez. Ojos ovales y cuadrados. Lenguas violetas y amarillas. Manos, muchas manos. Estuve a punto de enloquecer. No debía fumar. Tenía miedo. 

    Una noche respiró al lado mío. Pude sentir su aliento, pútrido y dulce. Seguía sin entender qué quería. Y quizás ella tampoco. Tal vez, atormentarme era suficiente para su diversión. 

    Le había pedido un cigarrillo a alguien, no recuerdo a quién. Malboro común. Simple y básico. Aniquilador de ansiedad. Hijo del capitalismo y el comunismo. ¿Qué importaba? Cualquier ideología sucumbía al tabaco. Desde tiempos innombrables que era así. Prendí el encendedor. Lo acerqué a mi boca y esperé. Mis labios sostenían el palito blanco y amarillo. ¿Iba a fumar? ¿Fumé? No me acuerdo. Solo supe que aquel ser que me estaba haciendo la vida imposible se desvaneció. 

    Estoy terminando de escribir mi confesión en la sala de espera del hospital. Hace unos días me hice estudios. Ahora voy a tener los resultados. 

    Creí verla al fondo del pasillo oscuro. Sonriendo. Pero seguro fue imaginación. 

    Abren la puerta. Mi nombre suena. Me tengo que ir. Seguro fume un cigarrillo al salir. 

    ¿Qué puede salir mal?


    Juan Ignacio Villano

    Comentarios

    No hay comentarios todavía, sé el primero!

    Debes iniciar sesión para comentar

    Iniciar sesión