A sus treinta años, menos por sus valores que por su desgano, se había entregado a una vida serena, contemplativa, con la carga de quien lo viera desde fuera, no vería su destellante luz interna, sino a una persona ordinaria, que por razón más, o razón menos, había decidido quedarse en ese lugar cómodo y punzante a la vez.
Dinero y lujo no quería, pero sí vivir sin trabajar, que es un lujo. Anhelaba la sabiduría, pero sin el precio que implica conseguirla, que era tiempo.
Su madre todo el tiempo le sugería maneras de hacer dinero, que él, por ser hombre, joven, y sin hijos, no tendría la menor dificultad en realizar, y todas las veces que él replicaba por qué esa opción no era viable, o no era compatible con sus valores de base, ella le objetaba que siempre tenía un pero. Para esquivar de manera elegante estos dardos, se veía siempre en la obligación de fingir una holgadez que no era real, que se traducía en ofrecerle dinero de tanto en tanto, claramente ocuparse de todos los gastos principales de la casa, y ocasionalmente adelantarle algún proyecto de compra ficticia. «Este mes me voy a comprar unas zapas y unos pantalones», decía, o, «voy a ver si este mes compro la pintura para la pared», o, «Voy a ver si puedo averiguar por el triciclo ese para adultos». Su madre, dentro suyo, a pesar de ser una mujer mayor y de pensamientos no muy rebuscados, sabía muy bien hasta donde le daba el bolsillo a su hijo, ya que ella misma había fingido, ante él, de niño, esa misma holgadez. Esos proyectos de compra casi siempre nulos, de tanto en tanto la necesidad los hacían materiales, pero no la holgadez. Holgadez era otra cosa.
Él mismo intentaba convencerse de que dinero no era lo que quería, quería todo lo que el dinero pudiera conseguir, pero sin el minúsculo detalle de amonedar un objeto. Él veía, quizás, más loable que por un azar del destino, llegaran a sus manos posesiones de todo tipo, que haber tenido que dedicarle horas de estudio a un tema de lo más banal posible que le permitiera conseguirlo. Esta falla en la lógica de la temporalidad costo/beneficio, nublaba, incesante y utópica, todas las aristas de su vida.

Elias Vega
voy de extremo a extremo evitando tropezar por completo / el equilibrio es sólo una pequeña parte del proceso
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